
Caminar hoy por San Vicente de Leira es volver al mismo escenario que dejó el fuego hace poco más de un mes: ruinas y silencio. Las calles siguen siendo pasillos de escombros, las paredes se tambalean, los tejados calcinados dejan paso al cielo y nada se ha movido desde entonces. No hay agua potable, no hay calles seguras, no hay futuro inmediato. El pueblo entero continúa siendo un lugar al que no se puede regresar.
Así lo cuentan Tania Rodríguez vecina de San Vicente y Elisa Sánchez, presidenta de la Asociación de Vecinos, que no oculta su desánimo: «A situación de San Vicente é máis ou menos a mesma que facía un mes». Y lo repite con la amargura de quien ha visto cómo la atención mediática y política desaparecía tan rápido como llegaron las llamas.
Al principio hubo visitas institucionales, promesas, incluso ayudas. Algunas familias ya han recibido el dinero, pero reconstruir resulta imposible: los permisos no llegan y sin ellos nadie puede mover un solo ladrillo. «Nas nosas propias tampouco podemos tocarlle, porque non temos permiso para nada, aínda que teñamos esa subvención concedida», explica Elisa. El dinero está, pero está parado, atrapado en trámites que no avanzan. Por eso piden un plan integral de reconstrucción en el que se impliquen todas las administraciones.
La frustración se multiplica cuando se observa lo que queda alrededor. Hay casas en riesgo de derrumbe, muros que se tambalean con cada lluvia y un monte desnudo que amenaza con inundaciones y corrimientos de tierra. Quienes no perdieron su vivienda bajo el fuego tampoco pueden vivir allí. «Non poden vivir dignamente, porque non teñen acceso a nada e non poden entrar os coches ata as súas portas. Non, nada. É que nada», lamenta también Elisa.
A esta situación se suma otro problema grave: muchas viviendas carecen de propietarios identificados, lo que impide actuar sobre ellas. Mientras una familia podría reconstruir su casa, la de al lado puede permanecer en ruinas, con el riesgo de que se derrumbe encima. «Non é reparar dúas vivendas, é un pobo enteiro arrasado», insisten desde la asociación. De ahí la necesidad urgente, entre otras medidas, de un plan de desescombro que permita limpiar las calles y hacerlas seguras para volver a transitar. Y esa tarea, recuerdan, no puede resolverse con las ayudas individuales que se están concediendo.
Tania Rodríguez, una de las vecinas más activas de la asociación, subraya que las subvenciones, aunque necesarias, no bastan: «As axudas están pensadas dun modo global… pero non resolven a problemática dunha aldea arrasada». Para ella, el problema no es solo levantar viviendas, sino reconstruir un pueblo entero, con accesos dignos y servicios básicos.
Los vecinos intentaron también sostener la esperanza a través de un crowdfunding. Al principio la respuesta fue generosa, pero el tiempo volvió a jugar en contra: «Ao principio ben, pero agora xa ninguén dá nada», explican.
El golpe más duro aparece cuando se habla de futuro. Elisa, con voz entrecortada, no puede contener las lágrimas cuando se le pregunta si es optimista: «Non sei. Dáme pena como presidenta da asociación, que o fixemos con moita ilusión… e estamos intentando facelo. Pero non sei. Non sei. De verdade».
La emoción es inevitable. «É un loito que estamos a pasar», reconoce. A la pérdida material se suma el duelo emocional y el peso de una burocracia que parece empujar más hacia el pesimismo que hacia la esperanza.
Pese a todo, tanto ellas como el resto de la asociación insisten: los vecinos están dispuestos a dar lo que sea necesario, pero saben que solos no pueden. «Ten que ser a administración, todos eles a grande escala, quen deseñe un plan para volver refacer San Vicente», subraya Tania. Porque lo que está en juego no son solo viviendas: es la dignidad, la memoria y el futuro de toda una comunidad.
«San Vicente non quere desaparecer», recuerdan. Su mensaje es claro: no se trata de reconstruir paredes, sino de devolver la vida a un lugar que se resiste a ser olvidado.
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