En estos días en que los cementerios se llenan de flores y las familias acuden a recordar a quienes ya no están, el duelo se hace más visible. No porque el dolor no acompañe durante todo el año, sino porque los rituales religiosos y culturales nos invitan a detenernos y mirar hacia la ausencia.
«Estos días está como un poco más a flor de piel», comenta la psicóloga Iria Fernández, del Centro Resiliencia de O Barco. «No es que no echemos de menos todos los días a los seres que nos faltan, pero los rituales nos llevan más a tenerlos presentes, a revivir momentos».
El duelo, explica Fernández, no es una enfermedad, sino «un proceso de adaptación emocional y psicológica ante la pérdida». Se trata de reconocer que la persona ya no está físicamente y de reconstruir la vida sin ella, integrando su recuerdo de forma sana.
En ese proceso surgen emociones diversas —tristeza, rabia, culpa, alivio o incluso esperanza— y todas son válidas. «Lo importante es permitirse sentirlas sin juzgarse», señala la psicóloga. Llorar, enfadarse o guardar silencio son formas distintas de expresar un mismo vínculo.
Aunque se suele hablar de cinco etapas —negación, ira, negociación, depresión y aceptación—, Fernández recuerda que «no hay un camino correcto». Cada persona vive el duelo a su manera: «Algunos pasan por todas, otros no, y otros repiten alguna. Lo importante es avanzar hacia una aceptación que no significa estar feliz, sino reconocer la pérdida y seguir adelante».
Los rituales que acompañan estas fechas cumplen, según la experta, una función emocional muy valiosa. Visitar el cementerio, encender una vela o llevar flores permiten «externalizar las emociones, expresar la tristeza y el cariño en comunidad». También ayudan a dar continuidad al vínculo con quienes se fueron: «Recordamos que los muertos siguen siendo parte de nuestra historia».
Por eso, subraya, el no poder realizar estos gestos durante la pandemia dejó secuelas emocionales más profundas: «La gente que no pudo despedirse lo tuvo más difícil para elaborar el duelo».
Desde la psicología, Fernández insiste en que apartar a los niños de estos momentos puede ser contraproducente. «Hay que adaptar la situación a su edad, pero siempre preguntarles, nunca apartarlos ni forzarlos», aconseja. Darles cierta autonomía en cómo participar les ayuda a procesar la pérdida sin miedo ni confusión.
No todos los duelos evolucionan de forma natural. En algunos casos, el dolor se cronifica y puede convertirse en un duelo complicado o patológico. «Ocurre cuando el sufrimiento no disminuye con el paso de los meses, cuando se evita sistemáticamente hablar del fallecido o cuando la persona siente que su vida ya no tiene sentido», explica Fernández. En esos casos, buscar ayuda profesional puede ser esencial.
Entre las estrategias que recomienda, destacan algunas tan simples como eficaces: «Permítete sentir; busca apoyo social; mantén vivo el recuerdo de tu ser querido y cuida las rutinas básicas —comer, dormir, caminar—». Son pilares que ayudan a sostenerse cuando el dolor pesa más de lo habitual.
En el Día de Todos los Santos, la psicóloga resume su mensaje con una frase que invita a transformar la ausencia en presencia:
«El duelo no significa olvidar. Significa aprender a vivir con la ausencia transformada en memoria, en amor y en presencia en nuestros corazones».
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