
El director Rodrigo Marini no hace castings. No porque no crea en ellos, sino porque —cuando puede elegir— prefiere dejarse guiar por el instinto. «Estudio mucho a los actores fuera de cámara. Cómo son, cómo miran, qué energía transmiten. Y cuando vi a Juanjo, supe que con él tenía que trabajar». Lo que no imaginaba entonces era que aquel presentimiento le cambiaría la el corto por completo.

Estos días, Dopamina Zero se rueda en O Barco. El corto cuenta la historia de Ignacio, un músico con Parkinson que se reencuentra con la ilusión. Pero lo que sucede detrás de la cámara no tiene menos intensidad. Marini, que se crió en Valdeorras y vuelve siempre que puede, habla de Ballesta con admiración sincera: «Nos hemos hecho muy amigos. A veces vale más la calidad que la cantidad. Conectamos enseguida, como si nos conociéramos de toda la vida».
El vínculo es mutuo. Ballesta, actor consagrado desde que ganó, entre otros premios, un Goya con El Bola, asegura que ha crecido con este proyecto: «Rodri me ha sacado cosas que ni yo sabía que tenía dentro. Me ha apretado con cariño, me ha hecho dar más, más y más. Yo creía que lo hacía bien, y él me decía: está bien, pero quiero más».
La complicidad entre ambos ha sido clave para un papel especialmente exigente. Ballesta interpreta a un personaje que atraviesa fases físicas y emocionales muy intensas. Ha estudiado durante meses la motricidad del Parkinson, se ha dejado la piel en los ensayos y en cada toma, y ha trabajado cada gesto como si fuera único. «Hemos currado mucho. Hay días que llegaba a casa a las dos de la mañana, pero me tiro en la cama con una sonrisa. Digo: qué guay, qué contento estoy. Qué corto más bonito estamos haciendo».
Rodrigo no oculta su emoción al hablar de O Barco. «Me crie aquí. Cuando me fui a estudiar a Madrid, supe que este era mi lugar en el mundo». Por eso, rodar aquí es para él jugar en casa. Y lo está haciendo rodeado de gente que le arropa: «No hubo ni una persona que nos dijera que no. Al contrario, había gente ofreciéndose todo el rato. Ha sido impresionante». La frase que más le marcó, cuenta, fue la que le dijo la concejala de Cultura, Margarida Pizcueta, cuando le presentó el proyecto: «No sé cómo te vamos a ayudar, pero lo que sí sé es que no podemos no estar».
Ballesta, que nunca había estado en O Barco, se ha sentido como en casa desde el primer momento. «Esto parece un paseo marítimo, con el río, el microclima… Me encanta. Y la gente es majísima. Soy pescador, así que ya estoy investigando dónde puedo lanzar la caña». Hasta ha bromeado con que le faltó poco para darse un chapuzón en el Sil, como Toño, el vecino que se baña cada mañana.
Entre escena y escena, entre risas, madrugones y emoción, Dopamina Zero va tomando forma. Y aunque es un cortometraje, nadie esconde que sueñan con que llegue muy lejos. «Yo creo que este corto va a marcar algo», dice Ballesta. «Y no porque lo digamos nosotros, sino porque se está haciendo con una implicación que no es común».
Puede que el rodaje dure solo una semana. Pero hay proyectos que dejan huella. Y hay un tipo de cine que no se improvisa: se construye desde la confianza, desde el trabajo compartido, desde una verdad que se nota en cada plano. Rodrigo y Juanjo lo han encontrado. Y ese vínculo, esa forma de entenderse sin apenas hablar, es lo que hace que Dopamina Zero no sea solo una película. Sea, también, una historia de amistad.