
Si un psicólogo con años de investigación sobre adicciones te dice que las redes sociales no son tan inocuas como parecen, quizá sea momento de levantar la vista del móvil. Manuel Isorna Folgar, doctor en Psicología y máster en Drogodependencias por la Universidad de Santiago de Compostela, profesor y experto en conductas adictivas, lleva más de una década estudiando cómo la tecnología nos envuelve sin que nos demos cuenta.
El será el encargado de inaugurar los XXII Encontros Familia- Escola organizados por Vagalumen y lo hará el 11 de febrero con un tema de plena actualidad: qué hacer ante los peligros que supone la mala gestión de las redes sociales, las pantallas y las adicciones.
La trayectoria de Isorna siempre ha estado vinculada a las conductas adictivas. En su momento, trabajó con drogodependencias, pero a partir de 2010-2015 emergió otro fenómeno: la digitalización del comportamiento adictivo. Apuestas online, compras compulsivas, ludopatía digital… y, por supuesto, las redes sociales, que se han convertido en una de las mayores fuentes de problemas, especialmente en jóvenes.
Pero, ¿podemos hablar de adicción a Internet? Técnicamente, no. Según los manuales de referencia en psiquiatría, no es una enfermedad reconocida. Sin embargo, sí existe el «uso problemático de Internet», un concepto que define esa sensación de pérdida de control sobre lo digital cuando afecta al rendimiento escolar, laboral o incluso a la vida familiar.
Es fácil pensar que quien tiene un problema con la tecnología es «el otro». «Yo controlo», nos repetimos. Pero Isorna lanza una advertencia: el acceso a estas plataformas es demasiado fácil y demasiado asequible. «Todo el mundo tiene un móvil, un ordenador, una tablet… y muchas de las dinámicas que nos enganchan en redes están diseñadas precisamente para atraparnos».
El experto pone el foco en los más jóvenes. «Hay un momento clave: el uso de pantallas a partir de la medianoche. La mayoría de los problemas empiezan ahí». Dormitorios convertidos en burbujas digitales, jóvenes conectados a TikTok o Instagram hasta las tantas, y consecuencias que no tardan en aparecer: falta de sueño, problemas de autoestima, ansiedad… «Tenemos datos de estudios con 50.000 adolescentes en España y 10.000 en Galicia que demuestran que el uso nocturno del móvil afecta directamente al bienestar emocional».
Aquí viene el jarro de agua fría. ¿Sabes quiénes están dando el peor ejemplo? Los adultos. «En nuestras encuestas, un 22% de los adolescentes nos confiesa que sus padres usan el móvil durante la cena. Y, casualmente, esos mismos jóvenes son los que luego desarrollan más problemas de uso digital». Imitación, mimetismo, hábitos aprendidos… Los niños no nacen pegados a la pantalla, pero si crecen viendo a sus padres esclavizados por el móvil, el resultado es predecible.
Isorna no es partidario de prohibiciones absolutas, pero sí de algo muy simple: postergar el acceso a las redes sociales el mayor tiempo posible y regular su uso. «No les aporta nada positivo. Mucho más enriquecedor es jugar al aire libre, practicar un deporte, tocar un instrumento…». Su receta es clara: nada de móviles en la habitación, especialmente de noche; cenas sin pantallas; fomentar la lectura y la participación en tareas domésticas. «Si sacas la ropa de la lavadora, pasas la aspiradora y colaboras en casa, ya veremos cuánto tiempo queda para internet».
No es una cuestión de nostalgia por tiempos pasados, sino de una constatación científica: el uso excesivo de pantallas altera la dinámica familiar y afecta al bienestar de los jóvenes. Y, si alguien duda, solo tiene que probar a establecer normas y observar los cambios. «Un grupo de madres me confesó que, tras poner en práctica algunas medidas, la relación con sus hijos mejoró radicalmente. Es una cuestión de prioridades». Así que la próxima vez que un adolescente no levante la vista del móvil, tal vez haya que preguntarse: ¿quién le enseñó a hacerlo?