jueves. 28.03.2024
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Patere, 10 años desde que nos dejó el "arte que supera la realidad"

Hace 10 años que María Teresa de Vega Giménez se fue. Una artista de adopción valdeorresa cuya obra permanece entre nosotros. Hoy, su hijo, Miguel Garrido de Vega homenaje a su madre, pero también a la artista, con la siguiente carta.

Quienes la conocieron lo confirmarán: la artista María Teresa de Vega Giménez (1959-2011) —más conocida como «Patere»— nunca perteneció a este mundo. Han pasado diez años desde que se fue, y la sensación entre amigos y familiares no hace sino afianzarse; quizás, porque la realidad es un muro de hormigón impenetrable, quizás porque el arte es el único globo capaz de elevarse sobre terrenos pantanosos hasta trascender.

Nacida en la localidad leonesa de Astorga, cursó sus estudios universitarios en Valladolid, pero pronto se convirtió en valdeorresa de adopción. Y es que no es casualidad que esta pintora de lo íntimo y lo cercano, acreedora de un talento innato que fue educando desde su infancia, tratase con tanta devoción temas populares —festividades, personajes, lugares y escenas suspendidos en un tiempo siempre reconocible— fuertemente unidos a las tierras en las que vivió o con las que tuvo alguna relación.

En su obra existe la Ribeira Sacra de los viñedos soleados, existen los bailes maragatos, se pasean los gigantes y cabezudos, tiene amplia cabida el mundo rural, y se tratan la niñez, la familia, las escenas del día a día. Retratos de una España vaciada que mediante el acrílico cobraba vida, una vida cromática, bella, excepcional. Porque Patere sabía que una vida sencilla puede encerrar los más ricos y profundos matices.

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Convivió con el lápiz, con la plumilla y el bolígrafo, pero su verdadero amor fue el pincel; a él se entregó en cuerpo y alma, a él y al naif de Henri Rousseau (1844-1910) —apodado «El aduanero», también autodidacta, y de quien siempre decía que fue menospreciado en vida, para elevarse después al panteón de la pintura universal. Desde la espontaneidad de un estilo ligado a la naturaleza y a cuanto el ser humano tiene de inocente —cualidades que tratamos de preservar en quienes criamos—, Patere reinterpretó el universo a través de un filtro ingenuo y maravilloso.

Porque así era ella: transformaba la nostalgia de Chopin, Alfonsina Storni, Los Secretos o Amancio Prada —todos ellos adorados por la artista— en energía visual, en imágenes con un arrollador potencial para el optimismo. De hecho, si fuese posible traducir a lenguaje pictórico el realismo mágico de Gabriel García Márquez (1927-2014), la obra de Patere tendría mucho que decir, por su plasticidad, por su potencial para mezclar ambientes y dimensiones y destacar lo importante.

Tampoco es difícil encontrar reminiscencias ecologistas y de fantasía en sus cuadros, habitados por animales de todos los tamaños y formas en comunión ideal con el ser humano; aspectos como este la vinculan con artistas tan reconocidos como el director de cine Hayao Miyazaki (1946), fundador del legendario Studio Ghibli y responsable de obras maestras como La princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro (2001) —película que, por cierto, encantaba a Patere.

De este modo, su obra no se limitó al lienzo, y, como si hubiera sido bendecida con una suerte de varita mágica, animó piedras, esculturas de arcilla, muebles e incluso muros —entre ellos, los del colegio Julio Gurriarán, en O Barco de Valdeorras—, dejando una gloriosa estela de policromía y luz allá por donde encaminó sus pasos. En su arte también late una feminidad poderosa, porque siempre otorgó a la mujer, en el más amplio sentido de la palabra, el papel principal: mujeres anónimas y grandes mujeres de la historia confluyen en su catálogo de forma natural, dando lugar a un diálogo de temas, preocupaciones y puntos de unión a través de las épocas, un clamoroso deseo de igualdad concebido desde el respeto que se adelantó varias décadas a la actualidad.

Porque hablamos de una mujer de humanidades y de un ser humano excepcional, de una persona sacrificada por su familia, por su visión de la vida, por sus valores. Y es que Nietzsche decía que el arte posee más valor que la verdad, porque afirma la vida del ser humano. En el caso de Patere, la máxima del filósofo ha quedado más que probada: diez años después, está claro que su vida no necesita justificarse a través de su obra, pero su obra nos ha dado la vida a quienes hemos tenido la suerte de acercarnos a ella.

Aquí puedes escuchar la entrevista completa con más detalles sobre este homenaje:

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También puedes ver el vídeo homenaje que le han rendido desde es espacio cultural Sueños.

Patere, 10 años desde que nos dejó el "arte que supera la realidad"