
Desde las montañas de El Bierzo hasta las tierras sagradas de Galicia, Manuel y Pedro, dos jinetes cordobeses, avanzan paso a paso —mejor dicho, trote a trote— por el Camiño de Inverno, una de las rutas menos transitadas pero más auténticas del Camino de Santiago. Con sus caballos, Peregrino y Cáliz, están escribiendo su propia historia de peregrinación, una en la que el silencio de los bosques, la hospitalidad valdeorresa y el sonido de los cascos sobre la tierra cobran todo el protagonismo.
Nos los encontramos en pleno centro de O Barco, donde han hecho una parada para abastecerse de pienso. «Normalmente no encuentras donde comprarlo en el camino, así que si no cargas con los 25 kilos desde el principio, tienes que ir buscando dónde parar», nos explica Manuel mientras acaricia a Peregrino, su caballo, que le acompaña desde el primer kilómetro.

Tanto Manuel como Pedro vienen de Córdoba, aunque el Camino lo iniciaron en Ponferrada, donde llegaron con los caballos en un remolque. «Los caballos son nuestros, claro. Salimos el día 15, y ya el 16 estábamos caminando desde Ponferrada», comenta Manuel. Su destino final no es Santiago, sino Muxía, esa punta atlántica que muchos peregrinos consideran el verdadero final del Camino.
El Camiño de Inverno no es nuevo para Pedro, pero sí para Manuel. «Este de invierno es la primera vez que lo hago», dice Manuel, aunque no es su primera peregrinación. Pedro, por su parte, acumula caminos desde 2001: ha hecho casi todos los oficiales, muchos de ellos más de una vez. «El francés lo he hecho tres o cuatro veces. Pero si me preguntas cuál es el que más me ha gustado, te digo el primitivo. Me encantó.»
Ambos coinciden en que lo mejor del Camiño de Inverno es, precisamente, su tranquilidad. «Lo mejor que tiene es que hay muy poca gente, porque el otro es una feria», señala Manuel. Pedro añade: «Si te gustan los caballos y la naturaleza, este es tu camino. Es precioso, muy bonito. Y la gente, súper agradable.»
Sin embargo, también señalan algunas carencias en la ruta, sobre todo para quienes viajan a caballo: la señalización en algunos tramos, como el que lleva al Castillo de Cornatel, es confusa o inexistente. «Hay un atajo que está en los planos de internet, pero no está señalizado. Te metes en el monte y es prueba y error», explican.
También echan en falta más infraestructura para animales, ya que no todos los albergues tienen espacio para dejar los caballos. «Eso es lo que más cuesta, ir encontrando sitios donde podamos descansar todos», cuenta Pedro mientras observa a su caballo, Cáliz, disfrutar del descanso bajo una sombra gallega.

Aunque su motivación no es estrictamente religiosa, ambos viven la experiencia con la intensidad de quien busca conexión con la tierra y con las personas. «Lo nuestro es la naturaleza. Esto es como unas vacaciones para nosotros: conocemos gente, disfrutamos de los paisajes, vamos a caballo, que es lo que nos gusta», afirma Pedro.
Hacen etapas de unos 25 a 30 kilómetros diarios, saliendo temprano para evitar las altas temperaturas. «Hoy salimos a las seis y media de la mañana. Aquí hace calor, pero comparado con Córdoba, esto no es nada», bromea Manuel.
El paso firme de Peregrino y Cáliz por el Camiño de Inverno no solo marca una aventura personal, sino que pone en valor una ruta que aún es desconocida para muchos peregrinos. Cada vez más personas —y animales— descubren que el Camino también puede ser lento, sereno, y lleno de caminos rurales donde las historias brotan casi sin buscarlas.
Días atrás, en esta misma ruta, entrevistamos a una familia que hacía el Camino desde Francia con dos niñas gemelas... en burro. Así es el Camiño de Inverno: diverso, auténtico y con espacio para todos los ritmos.
Porque como dicen Pedro y Manuel, en este camino no se trata de llegar rápido, sino de caminar —o cabalgar— con sentido. Buen camino, y hasta Muxía.