martes. 24.06.2025

Está pagado

El escritor Juan Álvarez López «El Letrastero» reflexiona este mes de noviembre, en la colaboración mensual de Somos Comarca, sobre lo pesados que nos ponemos en los bares a la hora de pagar
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Hoy –al igual que otros tantos días–, me he levantado con un verso que portaba una melodía consigo y que regateaba sin cesar por mi cabeza. Dicho extracto musical, que había puesto su pica en mi lóbulo temporal, respondía a aquel tema de los siempre añorados y presentes, por no decir necesarios e ilustres vigueses: Siniestro Total.

La estrofa arrancaba con una declaración y aclaración también de principios: “Sea tan amable y diga que le debo… yo suelo pagar lo que como y lo que bebo”, que más de algún alto cargo político y portador de sangre azul debería tomarse a pecho y al pie de la letra, nunca mejor dicho.

Y ha sido entonces, cuando me ha venido a la cabeza parte del monólogo con el que mi amigo y polifacético artista: Alberte Montes, nos hizo pasar una humorística tarde sabatina –calurosa aínda máis­­­–  en San Xoán de Río. 

En la citada actuación, Alberte, reflexionaba y mostraba esos clichés a la hora de abonar las consumiciones de dos o más personas. Esas escenas de las que, seguramente, en muchas ocasiones hemos sido testigos, por no decir protagonistas. Servidor lo fue de una con su hermano Xosé Manuel este verano en un bar de Castro Caldelas.

Sí, ese era nuestro punto de encuentro –no sé si realmente intermedio o no– para junto a nuestras parejas ponernos al día, hacer intercambio de víveres: “nuestro queso… vuestro aceite y vuestro vino”.

Pero, antes de la despedida “tú a Boston y yo a California”, y en campo neutral, pues esa xuntanza de amistad perdurable en el tiempo, debería haberse llevado a cabo en A Pobra de Trives, lo que se traduce como jugar en casa, o en Monforte, haciéndolo entonces como visitantes; tuvimos una pugna por pagar la consumición. Tal fue, que nos perdimos hasta de vista en el interior del establecimiento.

Y allí, en las tripas del bar, libramos esa batalla con las consabidas frases del tipo: Ni se te ocurra, ¡eh!. Deja, ya pagarás en la próxima. Que tengo que cambiar el billete, de verdad… que necesito monedas, etcétera.

Y así, hasta que haces partícipe, sin que él lo quiera, evidentemente, al camarero, con un baile que sigue los pasos repetidos en ese guion de:

 No le cobres. Mira que no te vuelvo al bar. Ni se te ocurra cogerle el dinero. ¿Mi dinero no vale o qué? (He suavizado algo la frase, que conste)

 Que me ofendo... eh… que me cabreo, y más etcéteras.

Tal y como dijo Alberte, el actor de Anguieiros: todos hemos presenciado como en esos arranques de generosidad pluralizada, se llegaban a lanzar por el suelo los billetes, así como arrugarlos y romperlos con las manos, fruto de un acto de jerarquía a la hora de plasmar quién es el más generoso.

Sacando una conclusión, y puede que demasiado precipitada; estos comportamientos, abnegados por una torrencial predisposición a saldar la cuenta del grupo, además de dejarte con la conciencia bien tranquila y mostrar tu gratitud hacia las otras personas, se están perdiendo.

No sé si será mejor o peor. Yo, como últimamente me hice la promesa de dejar de hacer veredictos con las cosas que el tiempo va modificando, o como mínimo no de manera muy recurrente –cosa que veo complicada–, contemplo, en esa manía de observar que, lo que se extiende cada vez más es lo de: cada uno que pague lo suyo. Dando igual que se haya consumido lo mismo y en rondas pares.

Llamadme dinosaurio, pero yo a un amigo no le aceptaría jamás un bizum de esos por unas cervezas en un bar, y mucho menos en territorio trivés. Vamos, que eso es hasta ofensivo.

Para dichos lances amistosos, hay que tirar de ese manual que no está escrito, pero que sí está grabado en cada barra, delante justo de la caja registradora o cajón, en el cual se erigen unas frases todavía más recurrentes si cabe:

Ya me pagarás otro día tú lo que tenga. Malo será que no nos veamos. Y… total… vamos a morirnos siendo pobres igual, anda… guarda los cuartos.

Mi padre, sin ir más lejos, en mi adolescencia, el día de su santo –y el mío también– me daba dinero para invitar a los amigos. Yo, ahí sí que confieso que pequé de egoísta… in nomine patris, et filiis, et spiritus of Rock & Roll

Y es que, mi pasión por la música podía más; lo cual se traducía en que, ese billete de curso legal, sería mi pasaporte para poder entrar en una tienda de discos con la convicción de que iba a salir con algo que llevarme al plato, y no al de cerámica de Niñodaguia precisamente, sino al del tocadiscos alemán que también teníamos en casa.

Por eso, cuando de nuestro interior salga esa voluntad de dirigirnos al barista con un: ¿Qué te debo? Precedido de un barrido ocular al local, y…  ya puestos, invitando a amigos, conocidos e incluso extraños…  no reprimamos esa actitud, pues la generosidad es, en la mayoría de las ocasiones, como un bumerán de esos que se lanzan y retornan.

Aunque tampoco hay que pasarse, porque sé de casos que… como el que contó un antiguo compañero de clase hace poco en su espacio radiofónico. Rememoró una costumbre peculiar, y era que, en los viajes de verano al pueblo, su padre, adelantaba a su tío justo antes del peaje, cuando era muy común eso de ir varios coches familiares al mismo punto de destino juntos, por si pasaba algo, se solía argumentar.

Bien, pues resulta que, una vez había llegado primero a la caseta de pago manual y con total despreocupación, su progenitor le decía al empleado: cóbreme los dos, el importe del peaje de mi coche y del que viene tras de mí.

Eso, más que ser espléndido, es ser un… ejemplar cuñao. Pero eso ya es parte de otra entrega.

Está pagado