
En el CPI Tomás Terrón Mendaña de Sobradelo (Carballeda de Valdeorras) no hay anonimato posible. «Aquí nos conocemos todos, para bien o para mal», dice su directora, Berta Gudiña, con una media sonrisa que resume el alma del centro. En este colegio rural, enclavado entre montes y pizarreras, la educación conserva algo que en muchos lugares se ha perdido: la cercanía.
Berta lleva 25 años en el colegio y 23 en el equipo directivo. Ha sido secretaria, jefa de estudios y, desde hace una década, directora. Su visión de la escuela nace de la experiencia y del tiempo, de haber visto crecer a generaciones enteras. «Nuestro estilo es familiar y cercano. Lo favorece el número de alumnos, el entorno y la manera de relacionarnos. Aquí, si un niño llora o está más contento de la cuenta, lo notas al minuto», comenta.

En Sobradelo, los niños pueden pasar toda su etapa educativa, de los 3 a los 16 años, sin cambiar de centro. Es uno de los pocos colegios de Valdeorras que ofrece las tres etapas: infantil, primaria y secundaria. Esa continuidad evita rupturas y permite que los profesores acompañen el desarrollo completo de sus alumnos. «Hay padres del propio O Barco que prefieren traer a sus hijos aquí, aunque les suponga más desplazamiento. Quieren este tipo de centro», explica Berta.
Pero lo que más diferencia a este centro es la mirada. En un momento en que la educación se llena de pantallas y dispositivos, la directora defiende con firmeza el valor del papel. «Nunca introdujimos el libro digital. Somos el único centro de Valdeorras que no lo tiene, y me siento orgullosa. No todo lo digital es sinónimo de avance», asegura. Cree en una enseñanza mixta y equilibrada, donde la tecnología sea un complemento, no un sustituto. «Dejar todo en manos de la digitalización es un grave error. Lo estamos viendo. Hay que combinar el libro, la escritura, la búsqueda manual… y luego sumar lo digital».
Su crítica no se detiene ahí. Con la serenidad de quien ha observado la transformación del aula, Berta Gudiña confiesa cierta tristeza ante los cambios de los últimos años. «No sé si hablaría de evolución. La irrupción salvaje de la tecnología y las redes sociales está haciendo mucho daño. El móvil es necesario, pero las redes son el cáncer», afirma. Y lanza un mensaje claro a las familias: «No basta con prohibir los móviles en los centros. Hay que actuar con conciencia desde casa».
Para ella, la raíz del problema no está solo en las pantallas, sino en la pérdida de referentes. «Los niños a veces crecen sin saber muy bien a quién tienen que respetar. Hemos perdido autoridad y eso tiene que ver también con la falta de valores. Pero debemos hacer autocrítica: no todo el mundo vale para ser maestro. Igual que no todos valen para ser cirujano. Hay que repensar la profesión», añade con honestidad.

El CPI de Sobradelo enseña materias, pero también contexto. Cada inicio de curso, el profesorado nuevo recorre con ella la comarca hasta Casaio para entender de dónde vienen los alumnos. «Muchos profesores llegan de otras partes de Galicia o de España. Les llevamos a conocer la zona pizarrera, los pueblos, las familias. No es lo mismo vivir en Casaio que en el centro de O Barco. Cuando ves el lugar, entiendes muchas cosas».
El colegio está rodeado de canteras, de esa industria que da y quita. Gudiña lo asume con naturalidad. «La pizarra es el motor de esta zona. No podemos cerrar los ojos a esa realidad. Pero hay que hacer las cosas bien, recuperar los terrenos, replantar, devolver lo verde. Es posible y lo he visto», comenta.
Entre pizarras naturales y digitales, este centro rural resiste con convicción. En sus aulas no hay algoritmos que sustituyan la intuición, ni inteligencia artificial que reemplace una mirada. «Aquí aún nos miramos a los ojos», dice la directora mientras conversamos en su despacho, donde cada decisión —por pequeña que sea— sigue teniendo rostro, nombre y propósito.
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