El pasado mes de agosto, el fuego arrasó con gran parte de San Vicente: casas, castaños milenarios y recuerdos de generaciones quedaron convertidos en cenizas. El humo y la tristeza se instalaron en cada esquina, dejando al pueblo desnudo, como sus calles y sus piedras.
Pero los vecinos no se rindieron. Con la llegada de la Navidad comenzaron a adornar las calles que aún guardan escombros, transformando la tristeza en gesto de esperanza y solidaridad. Sobre las piedras de las casas destruidas, colocaron abetos muy especiales. No son verdes, no tienen pinochas ni piñas; están desnudos, igual que el pueblo que el fuego dejó al descubierto.
Sin embargo, este último día de noviembre, San Vicente se vistió de colores. Las manos de sus vecinos cubrieron los abetos quemados con bolas, espumillón y lazos llenos de deseos, situándolos sobre los restos de las casas caídas y en lugares estratégicos: al lado de la iglesia, junto a la estatua de Luis Nogueira… cada árbol convertido en símbolo de resiliencia.
Se respira un espíritu navideño intenso, hecho de amor por la tierra y por lo que se tiene. Este año, San Vicente celebrará la Navidad, sí, con luces y color, pero también con el recuerdo de lo perdido y la fuerza de quienes no se dejan vencer.
El gesto de sus vecinos se ha convertido en un ejemplo de coraje y esperanza: incluso en la adversidad, un pueblo puede reconstruirse, adornar sus calles y mirar al futuro con ilusión. Entre cenizas y escombros, la comunidad demuestra que el espíritu de San Vicente sigue vivo, fuerte y brillante, listo para iluminar los días venideros.
