
Antonio Machado fue muy conciso cuando escribió aquello de “Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”. Y sobre esa acción: la de caminar, existe todo un universo esponjoso sobre el cual dentellar con fuerza el muslo de una o más reflexiones.
Es sabido que, cualquier facultativo médico, recomienda a sus pacientes el ejercicio físico. Pero además, cuando se trata de andar, el asunto se traduce en algo doblemente recomendable y saludable.
A modo de anécdota, recuerdo que, hace unos tres veranos, en una visita al Centro de Saúde de A Pobra de Trives para que me quitaran unos puntos en la tibia, observé un cartel impreso; concretamente un folio en horizontal y en el que se podía leer la siguiente frase impresa en Times Roman y en negrita a modo de consejo: “Menos plato y más zapato”.
Curioso me pareció ese detalle, y más en ese preciso instante, ya que por andar… justamente estaba yo ahí. Aunque todo sea dicho, nadie suele ir por ahí absorto en su ingenuidad y dando pasos con el cuchillo del churrasco limando su piel. Pero bueno, eso ya es historia, y cicatriz-souvenir de por vida también, ya que podría haber sido otra cosa peor.
Personalmente, siempre me ha gustado caminar, y hacerlo en soledad resulta muy provechoso. No digo que en compañía no lo sea, no. Pero, cuando uno lo hace en solitario y en un entorno todavía más despoblado, puede significar hasta una acción inspirativa.
Sé de casos en los que ha ayudado psicológicamente a superar malas rachas. Incluso, a mucha gente, el hecho de caminar durante horas, les produce un efecto placentero y sanador.
Yo, por ejemplo, siempre he sido un caminante empedernido. Me gusta reseñar que, desde tiempos ha, caminar durante horas me ha servido para avivar la imaginación. De manera que ésta, suele asir con más asiduidad el picaporte de la santa inspiración, esa otra a la que muchos disfrazamos de constancia, pero que como las meigas… habelas hainas.
El escenario sobre el que andar puede ser muy diverso, sí. En mi caso, cambiar el coche o el transporte público hace años, por ir de camino al trabajo a las cinco de la mañana andando; con la ciudad todavía dormida o quitándose las legañas, fue una decisión que me sirvió para agitar el avispero de historias que se adherían en mi cabeza.
Siempre me ha fascinado “El Paseo” del poeta suizo Robert Walser. Porque consigue conjugar perfectamente un sinfín de sensaciones alrededor de eso… de dar una vuelta por ahí, o lo que de adolescentes nos gustaba definir como “dar un voltio”. Ya sabéis, éramos molones, o eso nos creíamos cuando estábamos atrapados en la telaraña de la tontería propia de la edad del pavo.
Tengo que confesar que, uno de esos momentos que estoy esperando como agua de mayo cuando voy al pueblo, es el de caminar inmerso en la frondosidad de la fraga que le tapa los pies a A Pena Folenche, con Os Sequeiros haciendo de meta volante.

También, frecuento a modo de ritual pateador, una ruta que suelo hacerla siempre que puedo, y que desde 2011 es para mí como un Camino de Santiago espiritual, aunque dentro de ese ateísmo que me caracteriza, no exento de su correspondiente dosis simbólica. Y no es otro que el Roteiro dos Curros, en Cabeza de Manzaneda. Allá donde los pulmones filtran la pureza que las inhalaciones suelen robarle a las alturas.
No es la ruta como tal, ya que la que recorro es algo más larga, debido a que yo mismo improvisé una alternativa de casualidad y a la aventura; es por el sentido que alberga para un servidor. Por tener, tiene incluso un tramo campo a través, pero es que... al finalizar la andaina, con el cansancio arropando a la fatiga, esa placentera sensación se ve afinada con las pulsaciones que los pasos firman.
Fue Nietzche, el que afirmó con bastante acierto, que las ideas verdaderamente importantes surgen al caminar. Le daremos la razón esta vez, ¿no?, y muchas otras también.
No sé muy bien si estoy logrando transmitir lo que se siente al caminar, y al hacerlo sin más, sin batir marcas, ni ponerse en forma. Para esas metas, ya practicamos otras modalidades de deportes varios. Hablo por mí otra vez, pero una manía –o necesidad– que padezco, es que cada vez que tengo que hablar por teléfono, o abordar un tema serio… me aclaro mejor caminando a la vez que me explico.
Así que, por muy anacrónico que pueda parecer, mientras existan caminos, sobrarán los motivos para que nuestras suelas sigan dejando sus huellas por ellos.
Ojalá cambiasen muchas cosas andando todos por un camino que no sea el marcado, libres y sin odios, ojalá. Y si ya se pudiesen detener los conflictos bélicos al mismo tiempo que nuestros pies se mueven… ya sería algo increíble, pero por positivo y saludable, tal y como era el cometido del consejo arriba citado, y que se mostraba visible a mis ojos en la consulta trivesa.
¿A quién no han mandado alguna vez a paseo, a tomar viento, o por donde amargan los pepinos? Seguro que a todos.
Por lo tanto, nos podemos ir en paz, con desdén, con alegría, agitando el pañuelo de ignominia… y hasta como se fue “Cagancho” de Almagro. Aunque todo sea dicho, ante un retorno, es aconsejable no regresar por el camino ya andado en la ida. Pero es únicamente un consejo, nada relevante.
Así que, reafirmaremos que el movimiento se demuestra andando, cierto. Pero tampoco olvidemos que el pensamiento se aviva a cada paso que damos hacia adelante, individualmente o en sociedad.
Igual todo sea más sencillo y se reduzca a lo que nos quiso decir Machado en su poema… “… al andar se hace camino, y al volver la vista atrás... “