
Estamos a 22 de mayo, Día de Santa Rita. Por ello dedicamos unas palabras a una figura muy especial para O Barco de Valdeorras: Santa Rita de Casia, conocida popularmente como la patrona de lo imposible, y aquí, entre nosotros, como la santa de las rosas.
Cada año, por estas fechas, la villa se llena de emoción, recuerdos y mucha devoción hacia esta santa italiana, cuya vida y simbolismo han calado hondo los barquenses. Seguramente muchos os habéis preguntado alguna vez… ¿quién era realmente Santa Rita y por qué despierta tanto respeto en esta tierra?
Rita de Casia fue una religiosa italiana nacida en el siglo XIV. Su historia está marcada por la fe, la paciencia y la esperanza en los momentos más difíciles. Pero más allá de su vida, hay una anécdota que ha quedado grabada en la memoria de los creyentes y que explica por qué se la relaciona con las rosas y los higos. Cuenta la tradición que, estando ella muy enferma, recibió la visita de una parienta a quien le pidió una rosa y dos higos. Lo sorprendente es que era pleno invierno, con nieve cubriendo el campo… y aún así, esa mujer los encontró. Rita interpretó aquel gesto como una señal divina: la rosa como símbolo de la salvación de su marido, y los higos, por sus hijos. Así nació uno de los símbolos más bonitos de su devoción.

Pero, ¿por qué Santa Rita es tan especial para O Barco? ¿Cómo empezó todo esto?
Nos tenemos que remontar a los años 40 del siglo pasado. Fue entonces cuando dos empresarios del barrio, Gonzalo Dacal y Julio, decidieron dar vida a las primeras fiestas en honor a Santa Rita. Fueron los primeros en traer una orquesta para animar la celebración. Poco después, con solo 16 años, Eduardo Ojea —padre— tomó el relevo, junto a jóvenes del barrio como Manolo Cruz, Manolo Muradás y Pepín Miranda. En aquellos tiempos, tan jóvenes eran que el propio cura, Don Miguel, no quiso celebrar la misa en honor a la santa. Decía que eran poco maduros. Pero entonces apareció Doña Choncha, la mujer de Lameiro, que pagó la homilía y la procesión. Y así comenzó una tradición que ya no tendría marcha atrás.
Durante unos años la celebración se detuvo, ya que muchos de esos jóvenes tuvieron que ir al servicio militar. Pero en los años 60, con más fuerza que nunca, las fiestas volvieron de la mano de una nueva comisión, presidida por Amador González Mondelo, acompañado de vecinos entusiastas como Juan Vergara, Antonio Hervella, Juan Garo y el propio Ojea padre. Aquellos años fueron dorados. Santa Rita llegó a tener un peso comparable al del Cristo, algo impensable pocos años antes.

No todo fue siempre fácil. Hubo momentos de bajón, en los que parecía que la fiesta no se celebraría. Pero ahí aparecía Antolín Rodríguez, promotor incansable, quien iba al taller de Eduardo y entre un poco de vino, chorizo, truchas en escabeche y mucha voluntad, sembraba la semilla de una nueva fiesta. En una semana, lo que parecía imposible estaba hecho. Y es que si algo define a esta fiesta, es la implicación del pueblo.
En los años 80 también se vivieron cambios importantes. Hasta entonces, la imagen de Santa Rita era pequeña, pero muy querida. Doce mujeres del barrio la llenaban de flores cada víspera con mimo y devoción. Fue durante el mandato de Amador González cuando se encargó una imagen nueva, más grande, realizada por Xelo de Tremiñá. Aquel año, sobraron 200.000 pesetas del juego… y decidieron invertirlas en una imagen más imponente, que es la que hoy procesionamos.
Y como toda buena tradición, también ha habido un cambio generacional. Eduardo Ojea —hijo—, más conocido como Potolo, tomó el relevo con apenas 22 años. A su lado, amigos como Juan Garo, Jaime Nogueira, Manolo Muradás, entre otros. Se convirtió en una gran familia al servicio de una fiesta que iba más allá de lo religioso: era identidad, era pueblo.

Con la llegada de Alfredo García a la alcaldía, se replanteó también el espacio físico de la celebración. Antes se hacía en la cancha de baloncesto del Malecón, pero con el tiempo, se hizo necesario el traslado a una zona más amplia y accesible. No fue fácil. Los feriantes no querían instalarse en la nueva ubicación, pero se llegó a un acuerdo y se logró el cambio que hoy todos agradecemos.
Y llegamos al 2020. Un año que quedará marcado para siempre por la pandemia. No hubo misa ni procesión. Pero, como bien dijo Raúl Álvarez, uno de los actuales encargados de la fiesta, la Virgen se adornó igual. Porque aunque no haya actos públicos, Santa Rita siempre está presente en cada casa, en cada corazón, en cada cabrito al horno que se prepara el 22 de mayo.
Así es como una pequeña historia de fe, esperanza y constancia se ha convertido en una de las fiestas más queridas de O Barco. Gracias a todos los que la han hecho posible a lo largo de los años. Porque Santa Rita no solo es la patrona de lo imposible… es, también, el reflejo de lo que este pueblo es capaz de hacer cuando se une.
¡Feliz día de Santa Rita!