
Cada día, sin excepción, un engranaje invisible entra en marcha en el Hospital Público de Valdeorras poco después de las ocho de la mañana. No tiene estetoscopios ni receta medicamentos, pero sin él sería imposible atender a un solo paciente. Se trata del servicio de lavandería, responsable de que haya pijamas limpios, sábanas recién puestas y uniformes disponibles para todo el personal. En este hospital se procesan al año 140.000 kilos de ropa, y aunque pocas veces se le mencione, su papel es tan esencial como discreto.

La Xunta acaba de licitar el nuevo contrato que garantizará este servicio durante los próximos tres años en los tres centros del distrito sanitario de la provincia de Ourense —Ourense, Verín y Valdeorras— por un importe de 8,2 millones de euros. El volumen total que se lavará a lo largo del año supera los 1,9 millones de kilos: 1,6 millones del CHUO, 145.000 del hospital de Verín y los mencionados 140.000 en O Barco.
En el caso de Valdeorras, la rutina está perfectamente cronometrada. Cada día, festivos incluidos, la ropa limpia llega entre las 8.30 y las 9.30 horas, y la sucia se recoge una hora después, entre las 9.30 y las 10.30. Lo que ocurre en ese circuito parece sencillo, pero es un proceso complejo que incluye recogida, pesada, lavado, desinfección, secado, clasificación, planchado, empaquetado, transporte, entrega y distribución.
La ropa hospitalaria incluye mucho más que sábanas o toallas. También se lavan camisones, pijamas, uniformes, mantas, cortinas, arneses o la ropa de calle de los pacientes de Psiquiatría. Cada prenda se clasifica por tipo, talla o dimensión. Si está rota, se aparta para reparar; si no puede aprovecharse, se transforma para otros usos.
El volumen de ropa varía según el momento del año y el ritmo del hospital. Los lunes, tras el pico de atenciones en Urxencias, y los viernes, con el aumento de altas en hospitalización, son los días de mayor carga en la lavandería, también en Valdeorras. El hospital adapta su circuito a este vaivén constante de la actividad asistencial
También cambian los hábitos. Las tradicionales batas blancas, antes imprescindibles, se usan cada vez menos. El pijama blanco es ahora la prenda más común entre los facultativos, y la equipación se renueva cada año. Las tallas también se han adaptado: ya no hay solo tres, sino cinco, desde la «súper pequena» hasta la «súper grande». Las más demandadas hoy son la pequeña y la mediana.
Cada profesional recibe tres uniformes o, si lo prefiere, dos y una bata, además de un par de zuecos al incorporarse. La renovación de la uniformidad se realiza cada dos años, salvo que se produzca alguna rotura o deterioro, en cuyo caso se repone cuando sea necesario, hasta un máximo de ocho uniformes en rotación
La higiene se mide al detalle. Las empresas deben garantizar controles periódicos de la calidad del agua, inspecciones internas y externas, y revisiones aleatorias en cada centro. Las Unidades de Lencería del hospital comprueban el olor, el grado de blanco, la limpieza, el planchado o la presencia de botones y cintas. Todo tiene que estar perfecto antes de llegar a manos del personal o a la cama de un paciente.
Así, cada mañana, mientras Valdeorras se pone en marcha, alguien ya se ha encargado de que el hospital funcione con ropa limpia. En silencio y con precisión quirúrgica.