
Mucho se está hablando últimamente de la sobreprotección de los padres hacia sus hijos. Lo cual, me da qué pensar, o, mejor dicho, me hace reflexionar, si será cierto o no.
Bueno, puede ser que sea verdad que cada generación está más protegida por sus progenitores, sí. Cosa que, yo, que no soy un experto en la materia, desconozco si realmente será o no perjudicial de cara al desarrollo ante la vida de esos niños, pero vamos, que es evidente que, tal vez el trecho que va de la protección a la sobreprotección, sea tan prescindible como dañino a corto y largo plazo.
Recalco (humildad aflora) que no soy un erudito en la materia, que para eso están los expertos. Pero, desde mi posición expuesta de observador focal a la que puedo, o a la que se me ofrece la ocasión, sí que percibo cambios al respecto.
Creo que, lo de las rabietas y los niños consentidos ha ocurrido siempre, que no es nada nuevo.
Tampoco soy de esos de: “Ahora es que tienen de todo y no valoran nada”, aunque algo de cierto tenga esa afirmación, pero no en todos los casos. Y no lo afirmo con tal rotundidad, porque no me gusta generalizar para nada. Que de todo hay por ahí… e incluso en las viñas, hasta todopoderosos, fíjate tú.
A veces, hay que normalizar situaciones y listo. Y si el niño se cae, pues se cae. Nos vamos a dar hostiazos tantas veces a lo largo de la vida… que, para qué evitar lo inevitable.
Y lo dice uno, que como bien recuerdo siempre, luce un tabique desviado desde que se partió la cara en sus primeros trotes contra el templo de La Sagrada Familia.
Uno, servidor, que un año más tarde, haciendo suya la afirmación esa de que “el hombre es el único animal que tropieza...”, daba por inaugurada la planchada de cemento en las calles de A Pena Folenche con otra planchada también, de morros a modo de celebritie ingresando en el Hall Of Fame, nunca mejor dicho.
Tengo que confesar que he reincidido en eso del tropiezo hasta de adulto, eh. Incluso he volado por encima del manillar de la bicicleta, pero tal vez, no… seguro, que fruto de esos “hostiones”, aprendí como muchos otros, a poner las palmas de las manos por delante (ojo, que también sufren eh).
Sobreproteger se ha sobreprotegido siempre. Quizá ahora algo más, sí, ya que todos los padres saben de todo, incluso algunos más que los propios profesores y pediatras, pero de eso ya hablaré en otra ocasión, que tiene tela el asunto del petardeo materno-paterno tras la puerta del colegio y en las consultas médicas.
Como anécdota (“casos que me ocurrieran” que decía el Silverio, mi abuelo), recuerdo el de un conocido de más o menos mi edad, al que a los veinte minutos de partido a fútbol el campo de A Festa, su madre lo mandaba para casa, alegando que estaba sudando y se podía resfriar. Y con él, se iba el balón, pues era suyo. Y con ellos dos, nuestras ilusiones de ser unos Platinís de la vida en una tarde de agosto.
En mi caso, mi madre alegaba todo dolor (leve) o no me encuentro bien, a un escueto: “Estás creciendo, venga a la escuela que llegas tarde”.
Y ahora que lo pienso, no me he traumatizado por eso, ni por haber probado el repicar de su alpargata en el culo por haber hecho caso omiso a sus consejos: “Te lo dije o no te lo dije, que no te pusieras el pantalón de chándal nuevo si ibas a ir en bicicleta hasta la central eléctrica de “La Playa”. Otra caída de órdago.
Por lo tanto, a veces es mejor que un niño aprenda a aceptar un NO a algo que no debe hacer, por parte de sus progenitores. Porque los maestros y profesores están para que aprendan conocimientos; la educación viene o parte de la propia casa. Y la vida te enseña todo lo que ella dura, con sus abrazos, caricias y bofetadas.
Citando una vez más al gran Rosendo Mercado: “La vida les va domando, como nacieron los dientes”.