
No es novedad que la comarca de Valdeorras cuenta con un gran número de castros prerromanos. Tal y como ocurre con el resto de la comunidad autónoma, la densidad de estas construcciones sorprende desde hace más de un siglo a los investigadores.
A este respecto, el historiador Xabier Moure Salado, autor del blog O noso patrimonio y portavoz de Patrimonio de los Ancares, señala que “Galicia tiene una media de un castro por cada seis kilómetros cuadrados, contando con uno o más asentamientos de este tipo en 70% de las parroquias”. Moure considera esta realidad como “una expresión de la importante población que tuvo a Galicia en la época antigua” y recuerda que “los historiadores clásicos, estoy hablando de las fuentes griegas y romanas, ya señalaban una ocupación muy alta de nuestro territorio, habitados por pueblos diversos como los límicos o los albións”.

Así, la comarca guarda un total de 86 castros, siendo O Barco el que más tiene (17) mientras que A Rúa es el que menos, con tan solo tres. Por el medio se sitúan A Veiga con 15, Carballeda 12, O Bolo once, Rubiá nueve, Vilamartín ocho, Larouco seis y Petín uno. “Hay municipios con mucha extensión como acontece con A Veiga, O Bolo o Chandrexa de Queixa que cuentan con un número relativo bajo en función de su extensión”, advierte Moure quien señala que “cada día aparecen más castros. Hace 30 años se afirmaba que la Galicia contaba con alrededor de 2.000 castros y hoy ya se superan 4.000”.

Zonas montañosas
También advierte el investigador que “en las zonas montañosas es donde menos yacimientos de este tipo existen, siendo evidente en toda el área que parte de A Fonsagrada y recorre Os Ancares, El Courel y las sierras ourensanas hasta finalizar en el Invernadero”.
De este modo, en Viana do Bolo hay 16, en Vilariño de Conso ocho y en Manzaneda nueve. También se han localizado en A Pobra de Trives con 14 y cuatro en San Xoán de Río.
Desconocimiento
El desconocimiento sobre los castros y la sociedad gallega de aquella altura sigue siendo importante. Según Moure, “los orígenes de los castros pueden situarse en el período de tránsito de la Edad de Bronce a la Edad de Hierro, mas la mayoría de los que tenemos documentados proceden desde el siglo V e IV antes de Cristo hasta lo comienzo de la romanización. Aun así, siguieron poblados y ocupados hasta los siglos IV y V después de nuestra era, siendo muchas veces estructuras construidas sobre otras más antiguas”. En este sentido, explica que “una de las razones principales de la falta de conocimiento de los castros está en que solo una parte muy pequeña de ellos fueron estudiados. Podemos hablar de poco más de 100 castros estudiados para 4.108 asentamientos en el país”.

El estado de conservación de los castros es desigual. Moure aclara que “a día de hoy es prácticamente imposible encontrar un castro intacto. A lo largo del tiempo, sus terrenos fueron empleados para las labores agrarias, siendo espacios muy deseados para sembrar cereal por tratarse de zonas de explanada y bien protegidas”. Al mismo tiempo, recuerda que “las piedras se emplearon para erguir viviendas, levantar muros entre las parcelas o edificar iglesias o capillas, muchas de las cuales se construyeron sobre estos asentamientos, sea para cristianizarlos sea por tratarse de lugares de prestigio”. En esta dirección, destaca que “más de 80% de los castros tienen o tuvieron un uso agrícola y forestal”.