El acoso escolar sigue siendo una realidad frecuente en los centros educativos de Galicia. Así lo refleja el estudio elaborado por la Fundación Amigos de Galicia, en el que participaron cerca de 900 alumnos y alumnas de Secundaria y que concluye que uno de cada cinco menores ha sufrido acoso alguna vez.
La psicóloga Carla Rodríguez explica que este porcentaje «encaixa co que percibimos cando entramos nas aulas». Aunque muchos estudiantes no identifican estas experiencias como acoso, sí las describen como «malestar, inseguridade e deterioro do clima escolar». Según explica «moitos alumnos achéganse de maneira espontánea, mesmo no recreo, para contar o que lles pasa cando se senten nun espazo de confianza».
El ciberacoso, un problema que no descansa
El informe revela que el 12 % del alumnado ha sufrido ciberacoso, una modalidad especialmente dañina. Rodríguez señala que «algúns agresores séntense máis libres de insultar detrás da pantalla porque perciben máis distancia e menos responsabilidade». Además, el acoso digital «non descansa», ya que los mensajes pueden llegar a cualquier hora del día, incluso en momentos de intimidad, lo que incrementa la sensación de indefensión.
La permanencia de capturas, comentarios o historias en redes sociales eleva la ansiedad y hace que el impacto emocional sea «moi profundo».
Instagram aparece como la red más asociada a tensiones sociales. El alumnado describe que cualquier gesto —o incluso a ausencia del mismo— puede interpretarse como un mensaje: rechazar solicitudes, no visualizar historias o excluir a alguien de un grupo afecta directamente a la autoestima y a la sensación de pertenencia.
Bloqueos, expulsiones y ghosting: violencia silenciosa
En las aulas, las psicólogas observan que estas dinámicas —bloqueos, expulsiones de grupos, ghosting— son vividas como auténticos golpes emocionales. Rodríguez explica que el alumnado transmite que «ás veces, os adultos ven estas accións como cousas de nenos», cuando para ellos tienen un peso enorme. Por eso consideran fundamental explicar a familias y profesorado el impacto real que tienen estas prácticas en la salud emocional de los menores.
El estudio también recoge que el 15 % del alumnado reconoce haber acosado alguna vez. Rodríguez señala que muchos no son plenamente conscientes del daño: «Algúns participan por presión do grupo, outros para encaixar ou incluso para evitar ser eles o obxectivo». La fundación trabaja con estos estudiantes para modificar conductas y evitar que las agresiones se repitan.
Una señal de alarma: el 23 % se ha autolesionado alguna vez
Uno de los datos más preocupantes es que casi una cuarta parte del alumnado afirma haberse autolesionado. Las psicólogas explican que muchos adolescentes expresan saturación emocional, dificultades para comunicar lo que sienten o sensación de bloqueo. En esos casos, la autolesión aparece como una vía de escape momentánea. La detección temprana y el acompañamiento psicológico se vuelven esenciales para prevenir riesgos mayores.
A pesar de que muchos adolescentes aseguran tener un entorno afectivo positivo, una parte importante no pediría ayuda ante una situación de acoso. El 12 % reconoce que no hablaría con nadie. Temen no ser creídos, minimizar el problema o incluso empeorarlo. Por eso, desde la Fundación insisten en transmitir el mensaje de que «pedir axuda é un acto de valentía e o primeiro paso para cambiar o que lles pasa».
Cómo intervenir: el papel del grupo
El informe muestra que solo el 21 % del alumnado interviene cuando presencia acoso. En las sesiones de sensibilización, la fundación propone alternativas realistas: apoyar en privado a la víctima, no participar en burlas, avisar a un adulto o no difundir contenido ofensivo. Cuando comprenden que no es necesario enfrentarse directamente al agresor, muchos jóvenes sienten más capacidad para actuar.
La entidad mantiene una coordinación estable con servicios sociales municipales para ofrecer atención psicológica especializada y un seguimiento continuo en los casos más sensibles. Esto permite garantizar un acompañamiento sostenido tanto al menor como a su familia, y conectar el trabajo del centro educativo con la red municipal de apoyo.
Rodríguez admite que preocupa la normalización de algunas conductas y la creciente complejidad del acoso digital, cuyos contenidos «poden persistir no tempo e chegar a moitos compañeiros». Aun así, insiste en que la educación emocional, la intervención temprana y la implicación conjunta de centros, familias y entidades sociales siguen siendo las herramientas más eficaces para reducir estas situaciones.
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