viernes. 29.03.2024

Historia de una calle

Hoy se llama calle Lamas Carvajal, en O Barco, pero en realidad eso es lo de menos porque nunca fue para mí importante su nombre. Cada vez que transito por ella, imágenes nítidas de mi niñez pasan por mi cabeza y eso que casi siempre, el paso es fugaz, por lo general en coche. No necesito más que una mirada para que a mi memoria vuelvan mil momentos, vividos en escasos 100 metros de calzada sin acera, que cada día recorría a pie, con la mochila al hombro, y siempre agarrada de su mano.

En la primera casa, me paraba a olisquear una flor de las mil que se colaban por los barrotes de aquel muro enorme. Olía a primavera perpetua. Nunca cogía ninguna, ella me había dicho que así, todos los días podría verlas. Al altillo del siguiente portal siempre me subía de un salto, y de un salto volvía de nuevo a la calle. Y entonces la seguía peldaños arriba en aquella tienda donde vendían legumbres al peso y a los niños que se portaban bien, regalaban onzas de chocolate.

Tras un portal donde subirse más, y un escaparate lleno de cosas de una pequeña tienda, el olor nos empujaba irremediablemente hacia la siguiente puerta, la panadería. Una voz aguda, muy peculiar, me llamaba por mi nombre en diminutivo y me ofrecía un currusco de pan. Yo entregaba los dineros de mi abuela, y calentitas recibía las barras de aquel delicioso manjar de dioses. En frente al salir, la tienda de fotos donde todos íbamos en carnaval a retratarnos las pintas, o en la comunión, a retratarnos las pintas también.

Y al término de la calle, antes de doblar la esquina hacia la izquierda, siempre el mismo relato: tu bisabuelo tenía ahí la primera tienda de ultramarinos del pueblo. Y acto seguido y hasta llegar al colegio, historias de ventas al peso, compras fiadas al que iba sobrado de descendencia que alimentar, y épocas de racionamiento burlado a hurtadillas buscando la supervivencia.

Historias que sobrepasaban el paso a nivel, y seguían el curso del arroyo Cigüeño cauce arriba, entre las sombras de los árboles. Que subían conmigo a los bancos de piedra de aquel paseo, acompañando los juegos matutinos de mi tierna infancia. Historias que escuchaba de su boca cada día antes de soltarme de su mano y subir corriendo las escaleras de la escuela. Historias que hoy forman parte de mi propia historia, de un tiempo feliz en el que a su lado forjé mi identidad, día a día.

Raquel Cruz

Historia de una calle