viernes. 29.03.2024
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Si usted pasea por las calles de Viana do Bolo, podrá encontrarse, en la rúa Ceferino Armesto, con la casa de la familia Feijoo de Sotomayor. Un inmueble en el que cenó la reina Isabel II hace justo 163 años, en septiembre de 1858. En ese momento, la reina viajaba con su familia por Galicia y, de vuelta a Madrid, decidió hacer una parada en Viana do Bolo, en casa de su amigo Camilo Feijóo de Sotomayor donde fue obsequiada con un banquete—convite para el que se encargó una vajilla a La Cartuja—.

La amistad de ambos provenía de doce años atrás, cuando Don Camilo, siendo Capitán de la Guardia Real, defendió a la entonces reina menor de edad de la sublevación del general Diego de León y Gutiérrez de la Concha.

Don Camilo acabaría siendo nombrado Vizconde de San Rosendo y Marqués de Santa Ilduara en 1873 pero su apellido no ha quedado en la memoria por ser quien llevo a la reina a las calles de Viana sino también por su hermano, Urbano Feijoo quien intentó llenar Cuba de gallegos, pero de una manera un tanto controvertida.

Urbano Feijoo de Sotomayor

Urbano Feijoo de Sotomayor desembarcó en Cuba de la mano de su familia política que dirigía varias empresas en la isla. En concreto Feijoo de Sotomayor llegó a administrar en la Isla de Cuba cinco ingenios, tres cafetales y varias haciendas. Además, fue diputado en el Congreso por Ourense en 1854, por Verín en 1872, y por el distrito de Matanzas en Cuba en 1881; accionista del ferrocarril de Sagua y vocal de Auxilio en La Habana.

En sus primeros años en la colonia, Urbano Feijoo utilizó mano de obra esclava, pero, tras la prohibición de dicha práctica —los esclavos comenzaron a entrar en la isla de contrabando— y la bajada del coste del azúcar, el vianés advirtió que también mermaban sus ganancias. En ese momento, ideó la Compañía Patriótico Mercantil. Una iniciativa que, según él, tenía dos objetivos basados en su amor a Cuba y a Galicia: «socorrer a los desgraciados gallegos y contribuir a la agricultura y aumento de la población blanca» en Cuba.

En realidad, su idea de llevar trabajadores gallegos a la isla se basaba en sus propias cuentas, realizadas en el año 1853. «El gallego costará no mucho más de ocho pesos al mes -cinco de jornal y tres en gastos de manutención, vestuario, transporte a las Antillas...- y nos proporcionará un provecho por lo menos doble del que ofrece el esclavo e incomparablemente mayor al que puede esperarse del negro jornalero, a los precios de hoy»”, argumentaba Feijoo de Sotomayor.

Así, con el beneplácito del gobierno español, comienza su labor de reclutamiento en Galicia. Ofrece a sus paisanos transporte gratuito hasta la colonia, un ajuar compuesto por dos camisas, un pantalón, blusa, un sombrero de paja y un par de zapatos, así como tres meses de aclimatación a su llegada, con todas sus necesidades cubiertas, antes de ser cedidos a los hacendados que los subcontraten. Estos se comprometen a pagar cinco pesos al mes -la cuarta parte que a un jornalero negro-, alimentarlos adecuadamente, proporcionarle dos vestuarios completos y facilitarles descanso los domingos, así como tres horas durante el rigor del día y todas las noches desde las ocho hasta las cuatro de la madrugada. Cumplido el lustro de trabajo, la Compañía Patriótico Mercantil promete relevarlos y devolverlos a sus casas llevando sus ahorros.

La realidad en Cuba

Pero la realidad fue muy diferente. La mayoría de estos emigrantes no sabían leer ni escribir por lo que, sin saberlo, habían firmado unas cláusulas abusivas gracias a las cuales podían quitarles el pasaporte o sufrir castigos corporales si no cumplían con sus obligaciones.

Fue en 1854 cuando la fragata Villa de Neda inauguro esta iniciativa a la que siguieron otros siete viajes más, llevando a la isla un total de 1 742 gallegos.  Más de medio millar fallecieron a los pocos meses debido al hambre, el cólera y las fiebres tifoideas. Los que quedaban vivos se rebelaron pero fueron duramente recluidos en cárceles o apaleados. De los que accedieron a los ingenios o fueron recolocados en la construcción del ferrocarril fueron obligados a realizar jornadas de dieciséis horas por lo que muchos desertaron y quedaron vagando por la isla.  Unos pocos consiguieron enviar carta a su familia, que denuncio el abuso sufrido y obligo al gobierno a intervenir. Ante tal vergonzoso escándalo el Congreso dio orden de clausurar la empresa, liberar a los gallegos, rescindir los contratos y llamar a Urbano para dar explicaciones, aunque nunca se le exigieron responsabilidades ni reparación de deudas.

Eso sí, Urbano Feijoo rápidamente cobró los 140.000 euros de la subvención de la Junta de Fomento y dejó Cuba hasta que reapareció en Ourense en 1954 recogiendo su acta de diputado a Cortes, donde sus contrincantes le recordaron estos hechos, aunque bien es cierto que continuo en la política hasta 1884 cuando fue diputado con Sagasta. Urbano Feijóo de Sotomayor falleció en Viana do Bolo el 10 de agosto de 1898 —el mismo año de la liberación de Cuba—, dejando tras de sí un oscuro legado y una triste historia.

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