
Germán García-Ávila no parece intimidado por el escenario que tiene delante: un Concello sin personal suficiente, facturas sin pagar, servicios bloqueados y un mandato de solo un año antes de ceder la alcaldía. Al contrario, transmite energía y determinación. «Estoy muy preocupado por cómo está el Concello, pero también convencido de que en unos meses el panorama será distinto», asegura.
Gobierna desde principios de septiembre tras desbancar al popular Andrés Montesinos mediante una moción de censura que pone fin a dos años de bloqueo institucional. El PSdeG y el BNG, que hasta entonces no habían logrado pactar una alternativa, sellaron finalmente un acuerdo que incluye una alcaldía rotatoria: primero él, después, previsiblemente, la nacionalista Graciela Diéguez.
No lo oculta: el pacto pudo haber llegado antes. «Cada partido buscaba su espacio y no fue fácil», admite. Lo cierto es que durante dos años el PP, aunque sin mayoría, mantuvo el gobierno por la falta de entendimiento entre socialistas y nacionalistas. La aprobación unilateral de los presupuestos de 2025 —gracias a la ausencia de un edil del BNG— fue el detonante. A partir de ahí, las conversaciones se aceleraron.
El resultado no es una coalición al uso. El PSdeG gobierna solo, con el apoyo del BNG, y el año próximo será al revés. «Nos comprometimos a respaldar las iniciativas del otro salvo que sean descabelladas. De momento, está funcionando», explica García-Ávila. El portavoz nacionalista, Secundino Fernández, forma parte del acuerdo, aunque las diferencias entre ambos partidos han sido evidentes durante buena parte del mandato.
Un Concello «bloqueado»
Nada más entrar, se encuentró con una administración que describe como «paralizada». El SAF (Servizo de Axuda no Fogar) sigue sin licitar, hay pagos pendientes a proveedores y un equipo reducido que no da abasto. «Hubo un caos administrativo palmario. Lo fácil sería escudarse en eso, pero no lo vamos a hacer. Cuando asumes el gobierno, lo asumes con todo».
La falta de planificación también afecta al personal. Muchos contratos están a punto de expirar y hay plazas clave sin cubrir. «Tenemos que acelerar todo lo que no se hizo en los últimos años. Es una carrera contra el reloj». Pero a pesar de todo, García-Ávila no se presenta como víctima de las circunstancias. Al contrario, defiende su decisión de asumir el cargo: «Lo hice por el bien del pueblo. No se puede criticar solo desde la barra del bar. Hay que dar un paso al frente».
Su tono es directo, sin triunfalismo. No promete milagros, pero sí trabajo: «No me arrepiento. Estoy aquí para tomar decisiones, no para quejarme». Sabe que el margen de tiempo es estrecho y los recursos, limitados.
Por eso ha decidido aparcar los grandes proyectos de su programa —como un centro de día para mayores y un paseo fluvial entre los puentes de Vilariño y A Gudiña— y centrarse en lo urgente: limpieza, accesibilidad, reordenación del tráfico y mejora del espacio público. «Vamos a humanizar Viana», resume. «Es un pueblo precioso por fuera, pero descuidado por dentro. Queremos que eso cambie».
Asegura que, si el trabajo es constante, un año puede ser suficiente para que se note: «Si tocas los resortes adecuados, puedes dejar huella». García-Ávila reivindica un tipo de gestión realista, alejada del bloqueo y también de las promesas vacías. «Nos centramos en problemas reales y en soluciones posibles, no en prometer lo imposible», zanja.
Un mes después de su toma de posesión, el nuevo alcalde ya ha activado visitas institucionales, ha comenzado a reordenar las áreas internas del Concello y promete desbloquear los expedientes prioritarios. El reto no es menor. Pero él lo resume así: «Tenemos ideas, tenemos ganas y no hay tiempo que perder».
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