Dicen que cuando llega diciembre, algunos pueblos encienden luces. Pero O Castelo, pequeño rincón de Rubiá, hace algo más difícil y más hermoso, teje su Navidad.
Cuenta la historia que, cuando el otoño agonizaba y el frío empezaba a bajar repechos, un grupo de vecinas y vecinos decidió que aquel año el espíritu navideño no vendría en cajas compradas ni en adornos de escaparate, sino en puntadas compartidas.
Y así comenzaron: unas con agujas, otras con madera reciclada, otros con tijeras y goma eva. Unos mayores, otros pequeños. Todos con la misma ilusión.
Fue entonces cuando, haciendo de cronistas curiosos, nos acercamos al pueblo. Y, aunque allí nadie estaba «cocinando» nada en el sentido literal, el aire tenía olor a hogar: a trabajo conjunto, a meriendas compartidas, a bromas que abrigan más que cualquier bufanda.
De aquella visita nació un artículo, pero también una certeza: en O Castelo la Navidad no se prepara… se amasa, se cose, se inventa y se sueña.
La víspera de la inauguración, el cielo decidió poner a prueba al pueblo. Agua, viento, frío… parecía que O Castelo tendría que esperar para lucir sus galas.
Pero hay decisiones que ni las tormentas pueden detener. Los vecinos salieron igual, armados con paraguas y risas. Y se mojaron, claro. Unos más que otros, pero ninguno lo suficiente como para rendirse. Porque cuando se trabaja por algo que se quiere, la ropa se seca, pero el orgullo queda.
Al terminar, con las ropas húmedas y los corazones ardiendo, compartieron un chocolate caliente, ese que sabe el doble de rico cuando se toma con una vecina, un amigo, una…, con las manos frías y el alma contenta.
Y llegó el día. El domingo 7. Las calles amanecieron chulas, muy chulas, como diría cualquier buen castellano del lugar. Las velas de madera parecían custodios antiguos y orgullosos. Las bufandas tejidas daban color, abrazo y vida. Las banderillas saltaban de pared a pared como si cantaran villancicos mudos.
Nosotros llegamos un día después de la inauguración y, recorrimos el pueblo. No hacía falta mapa —aunque haberlo hailo—: bastaba dejarse guiar por el color de las velas hechas con tablas, las enrolladas en las farolas y el sonido de la conversación.
Las banderillas de colores, creadas por los más pequeños con goma eva, ondeaban alegres entre casa y casa, como señales de que allí el viento no manda, acompaña.
Para contarnos todo aquello, tuvimos que sacar a Yoli del sofá. La pobre acababa de ponerse el pijama, rendida tras el esfuerzo del día anterior, pero al oír el timbre no dudó: salió, sonrió y se echó a la calle para enseñarnos el fruto de tantas manos.
A nuestro paso se fueron sumando vecinos: gente buena, hospitalaria, de esas que aún saludan con ganas. Iban explicando, aquí una cuerda, allí una vela, allá una guirnalda.
Todos hablaban con el mismo brillo en los ojos, esa mezcla de orgullo y gratitud que nace cuando un pueblo se reconoce a sí mismo. «Mira qué bonito todo». «Mira cuánta gente hubo». «Esto es de todos». Y tenía razón, cada esquina era un pedacito de ellos.
Yoli, una de las “armadanzas” y el corazón que late en este proyecto, lo resumió así: «O Castelo solo necesita que le den al botón de “on”. La gente responde, y responde de verdad. Para mí esto significa unión, felicidad… y poder regalarles a los niños una Navidad mágica».
A su lado, Daniela, ocho años y una sonrisa que podría iluminar el pueblo ella sola, con esa claridad que solo tienen los niños, lo resumió mejor que nadie cuando le preguntamos ¿Por qué la gente debería visitar O Castelo esta Navidad? y, ¿Qué pueden ver aquí? «La Felicidad».
Y lo dijo tan seria, tan convencida, tan niña, que todos nos quedamos un instante en silencio, aceptando la verdad simple y rotunda de las palabras infantiles, luego un gran aplauso.
Así que este cuento de Navidad no necesita Reyes Magos, ni elfos, ni milagros imposibles. Porque O Castelo no es solo un lugar. Es una forma de hacer comunidad. Es un grupo que se llama Os Parranda, que trabaja y ríe con las mismas ganas. Es un pueblo que sabe que las cosas importantes se construyen juntas. Es un rincón donde las tradiciones se tejen, literalmente, con las manos.
Las gentes de O Castelo, con aguja, martillo, ganas y una enorme dosis de cariño, decidieron que su pueblo merecía brillar. Y brilló. Porque cuando un puñado de vecinos se junta a tejer sueños, hasta la lluvia acaba aplaudiendo.
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Gracias a las vecinas de O Castelo por haberme invitado a compartir su ilusión, su fuerza y sus ganas. ¡Feliz Navidad!

