El Santuario de Nuestra Señora de As Ermitas, una joya histórica y espiritual en la comarca de Valdeorras, sigue siendo un lugar de devoción y patrimonio cultural. José Vega, presidente de la Cofradía de Nuestra Señora de As Ermitas y guía del santuario, detalla la historia de sus dos torres, marcadas por siglos de fe y tradición.
La primera torre, conocida como la Torre del Evangelio, fue terminada en 1679 bajo la dirección del obispo Alonso Mesía de Tobar y cuenta con cinco cuerpos adornados por esculturas de las virtudes teologales: fe, esperanza, caridad y religión. En la parte superior se encuentra un escudo del obispo Francisco Aguado, quien lideraba la diócesis de Astorga durante la construcción.
En el caso de la segunda torre, concluida en 1714, también posee cinco cuerpos y es el reflejo de la labor de fray Nicolás de Madrid, el arquitecto responsable de la fachada del santuario. En ella, figuran las virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, justicia y templanza. José Vega destaca la antigüedad del reloj, un mecanismo manual que requiere ser ajustado dos veces por semana.
Las inscripciones de las campanas, fechadas en 1711, recuerdan a figuras relevantes de la época, como el administrador Domingo José Rodríguez Blanco y el obispo José de Aparicio Navarro.
La reciente restauración, impulsada por la Xunta de Galicia, ha permitido devolver el esplendor a los detalles arquitectónicos del santuario, que ahora luce limpio y renovado. Vega agradece el esfuerzo de todos los involucrados en este proceso, que era necesario desde hace tiempo para preservar la riqueza patrimonial del lugar.
El santuario no solo ha sido un centro religioso, sino también el corazón económico de la comunidad. Durante años, el seminario anexo y las actividades ligadas al santuario, como las labores en las fincas y el hospedaje de visitantes, proporcionaron sustento a muchas familias locales. El pueblo albergaba servicios como juzgados, farmacia, médico, y hasta un veterinario, y en torno a la vida del santuario se generaban empleos para organistas, sacristanes, cantores y obreros.
José Vega, quien creció en el santuario, recuerda con cariño cómo, desde niño, ayudaba con las tareas agrícolas, como la recogida de la hierba para el ganado. Hoy, su amor por el santuario sigue intacto, guiando a los visitantes y manteniendo viva la historia de este lugar que ha sido testigo del devenir de Valdeorras durante siglos.