sábado. 31.05.2025

«Si volviera a nacer, haría lo mismo»

Hablamos con Virginia Gómez, la mujer que ha hecho del bar Bambú en O Barco un emblema de la comunidad durante más de 40 años y que será homenajeada en la XXIII Festa do Botelo
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«Si volviera a nacer, haría lo mismo»

Virginia Gómez Trincado, a sus casi 79 años, no duda: repetiría cada paso de su vida. Esta vecina de A Rúa, con casi medio siglo detrás de una barra, es la homenajeada este año en la XXIII Festa do Botelo de O Barco. Aunque asegura no entender del todo por qué ha sido elegida, su historia —y el cariño de quienes la conocen— lo explican por sí solos.

Nos recibe en su casa, donde las fotos familiares llenan las paredes. Las imágenes de sus tres nietos hablan de su orgullo como abuela, mientras que sus ojos claros y su carácter firme reflejan a una mujer que ha sabido mantenerse fiel a sí misma a lo largo de los años. «Siempre intenté ser buena con todos, tanto con los buenos como con los menos buenos. Es la única manera de estar en paz», dice, y se nota que lo dice en serio.

Un negocio convertido en tradición

Virginia comenzó en el mundo de la hostelería en el bar Norte, en A Rúa, buscando estabilidad después de una vida en movimiento. «Entramos en septiembre y en noviembre nació mi tercer hijo. El bar y él tienen la misma edad», recuerda entre risas. Durante esos años, el Norte se convirtió en el epicentro social de A Rúa, especialmente en las noches de Fin de Año, cuando las pandillas se reunían allí antes de seguir la fiesta. Tras siete años, una oportunidad en O Barco la llevó a abrir junto a su marido el bar Bambú, el lugar que marcaría su vida.

El Bambú no tardó en convertirse en un referente. Abrir sus puertas a las seis de la mañana lo hizo único. «Venía gente de marcha y también madrugadores que iban a trabajar. Se corrió la voz, y hasta venía gente de Salamanca o Vigo», explica. Pero lo que lo hace único no son solo los famosos bocadillos, sino el ambiente: cálido, familiar y regido por normas claras. «El que no respeta, no entra más», afirma con convicción.

Hoy, el Bambú sigue siendo un lugar especial para los jóvenes, especialmente para quienes celebran su graduación. Para ellos, ir allí es como un rito de iniciación. «Llegan guapísimos, con vestidos largos o trajes, y con toda la ilusión de trasnochar por primera vez. Se lo dicen entre ellos: “Hoy vamos al Bambú”. Es bonito ver cómo disfrutan», comenta Virginia. También recuerda con ternura cómo alguno, agotado tras la noche de fiesta, se ha quedado dormido en una mesa. «Yo le digo: ‘Dormir a la cama, este es un bar’, y enseguida se disculpan».

Un refugio para todos

Pero el Bambú no solo es importante para los jóvenes, sino también para los trabajadores del hospital y otros vecinos de O Barco. Médicos, enfermeros y conductores de ambulancia lo consideraron durante años una segunda casa. «Los conductores de las ambulancias, esperaban aquí a que les llamaran.

A veces les avisaban cuando acababan de pedir el café y yo les guardaba el café caliente hasta que volvían», comenta Virginia con una sonrisa. Para ellos, el Bambú era más que un lugar de paso: era un punto de encuentro donde compartían risas y descansaban de sus largas jornadas.

Hoy, aunque las cosas han cambiado, el Bambú sigue siendo ese bar que no falla, el que siempre tiene la puerta abierta. «En O Barco saben que, pase lo que pase, el Bambú está ahí», dice con orgullo.

Virginia ha sido testigo de cómo han cambiado los jóvenes a lo largo de los años. «Hace 40 años eran más desafiantes, con más rivalidades entre ellos. Ahora los veo más tranquilos, más respetuosos», opina. Aunque cada época ha tenido sus retos, destaca el cariño que siente por las generaciones que han pasado por su bar. «Cuando hacen algo mal, hasta ellos mismos se corrigen: ‘Compórtate, que si no, no volvemos’. Es algo que siempre les he agradecido», añade.

Lo negativo, siempre fuera del bar

Cuando se le pregunta por momentos difíciles, Virginia insiste en que todo lo malo ocurrió fuera del trabajo. Habla brevemente del día que le robaron el bolso y la golpearon tras salir de trabajar, pero no se detiene en el tema. «Eso fue en la calle, nunca dentro del bar. En la hostelería todo ha sido positivo», recalca, como queriendo proteger el recuerdo de lo que para ella ha sido un refugio de buenos momentos.

Virginia deja entrever que le habría gustado que alguno de sus hijos siguiera con el negocio. «Cada uno tiene su vida, y lo entiendo. Pero quién sabe, quizá alguno se quede con el bar», dice entre risas, desvelando una ilusión que no quiere forzar. Mientras tanto, agradece el apoyo que siempre ha recibido de su familia. «Antes estaban mucho más en el bar, ahora ayudan cuando pueden. Es normal, tienen sus propias responsabilidades».

Un homenaje que emociona

Sobre el reconocimiento en la Festa do Botelo, Virginia muestra humildad. «Cuando me lo dijeron, pregunté: “¿Por qué yo?”. El alcalde me respondió: “Porque te lo mereces. Por todo el trabajo hecho a lo largo de los años y por todo lo que has hecho por tanta gente”». Aunque al principio parece que no le da demasiada importancia, basta con hablar un poco más para que sus emociones afloren.

Cuando le pregunto si se emocionará en el escenario, sonríe con timidez e ilusión. «No sé lo que me tienen preparado», dice con una mezcla de curiosidad y humildad. Entonces menciona a sus hijos, que estarán a su lado ese día. Es en ese instante cuando sus ojos claros brillan.

Virginia Gómez ha vivido una vida llena de trabajo, dedicación y cariño. Y aunque los años pesan, lo tiene claro: «Si volviera a nacer, haría lo mismo».

«Si volviera a nacer, haría lo mismo»