



























































































No sabía muy bien qué esperar al llegar al pabellón de Calabagueiros. Había oído hablar maravillas de la festa do botelo, pero, como quien dice, era una novata. Sin embargo, bastó cruzar la entrada para darme cuenta de que aquel día no iba a ser uno cualquiera. La riada de gente que se dirigía al recinto, entre risas, bromas y algún brindis adelantado, me dejó claro que esta no es solo una comida. Es una celebración en toda regla, una excusa perfecta para reencontrarse con amigos, familia, y, por supuesto, con un plato que es puro Valdeorras.
El pabellón estaba irreconocible: mesas corridas a rebosar, un photocall que arrancaba sonrisas (¿qué decir de ese cerdo controlando la matanza?) y un ambiente que contagiaba alegría. Yo no conocía a nadie, pero en pocos minutos me sentí como si estuviera entre amigos de toda la vida. Porque aquí no importa quién seas, de dónde vengas o cómo vayas vestido: todos somos iguales cuando el botelo está de por medio.
Mientras esperábamos la llegada de las autoridades, el tiempo se llenaba con abrazos, besos y un repertorio infinito de saludos cordiales: «¿Cuánto tiempo sin verte!», «¡Qué bien te veo!».

En las mesas, la variedad era otra fiesta: desde quienes parecían recién salidos de una gala hasta los que optaban por el chándal de confianza. Todo valía, porque, al final, lo importante estaba por llegar.

Cuando finalmente llegaron las autoridades, la expectación se hizo evidente. El alcalde de O Barco, Alfredo García, llegó acompañado por una comitiva de lujo: Xosé Miralles, Secretario Xeral de la Xunta de Galicia; Luis Menor, presidente de la Diputación; Eladio Santos, Subdelegado del Gobierno; Margarida Pizcueta, concelleira de cultura; María del Carmen González, alcaldesa de Carballeda; y Carlos López, alcalde de A Fonsagrada, concello invitado en esta edición, entre otros alcaldes invitados, que posaron en el original photocall.
También estaban presentes los otros protagonistas de este año de la Festa do Botelo: el pregonero, el humorista David Amor, y Virginia Gómez, la homenajeada del año, junto a su familia.

El alcalde, Alfredo García, con la seguridad que da la experiencia, encendió la mecha del evento con su ya célebre pistoletazo de salida. «Hoy todos somos de Valdeorras. Todos somos de O Barco», proclamó con pasión. Y, cuando preguntó «¿Tenemos hambre?», la respuesta atronadora del público marcó el comienzo de la fiesta. La Marcha de Radetzky comenzó a sonar por los altavoces mientras Alfredo García agitaba un pañuelo, dando paso al espectáculo.

Los camareros entraron en escena como auténticos artistas, bandejas en alto y pasos firmes, mientras el público marcaba el ritmo con palmas. La primera ración de botelo fue recibida como un premio, y yo, que lo probaba por primera vez, entendí enseguida por qué. Su sabor, la mezcla con los cachelos y los grelos, y el ambiente lo hacían todo aún más especial.

Treinta minutos después, cuando muchos aún degustaban la primera ronda, el ambiente subió de nivel con los acordes de Don’t Stop Me Now de Queen. Los camareros, de nuevo impecables, volvieron a llenar el pabellón con su desfile, bandejas cargadas y la energía intacta. Entre risas, aplausos y copas de vino, todos nos unimos en la celebración.
La tercera ronda, unos quince minutos después, llegó sin música, pero no hizo falta: los gritos de «¡Viva el botelo!» y las carcajadas llenaron el vacío. Para entonces, las mesas ya eran una mezcla de platos vacíos, botellas casi terminadas y un público cada vez más animado.

La apoteosis llegó con los acordes de La Potra Salvaje. Los camareros regresaron con el postre –bica y caparrones– y el pabellón explotó. Las mesas se convirtieron en improvisadas pistas de baile, y la gente, con la alegría en el cuerpo y el botelo en el estómago, lo dio todo al ritmo de la música.
Los homenajes finales a las cocineras, que prepararon nada menos que 900 kilos de botelo, y a los camareros, que no pararon durante tres horas, cerraron el evento en lo alto. Fue un reconocimiento merecido, pero, para muchos, la fiesta no terminó ahí. En los bares y restaurantes de O Barco, los cantos de taberna se encargaron de mantener viva la magia de la jornada.
