Ya es casi una tradición que el mal tiempo acompañe el Entroido en A Veiga. Es raro el martes de Entroido en el que la lluvia, o incluso la nieve, no hace su aparición. Era sin duda el comentario más escuchado esta mañana por las calles de la villa, aunque eso no impidió salir a disfrutar de su fiesta, que tanto extrañaron el pasado año debido a la pandemia.
El desfile lo abrÃa las Asociación de Mulleres que como de costumbre recuperaron sus trajes. En esta ocasión portaban una muñeca en la que iban enredando, al ritmo del folión, sus cuerdas.
Tras ellas, los niños y niñas del colegio, vestidos de reinas, piratas e incluso algún que otro superhéroe. Los más pequeños, los de las Casas Niño, decidieron retroceder a los años 60 y la cultura "hippie" les invadió. HabÃa poco tiempo para crear, pero muchas ganas. Un gran tractor lleno de arcoÃris les trasportó por el pueblo, mientras bailaban y tiraban caramelos.
Y, como no podÃa ser de otra forma, el desfile lo cerraba el Fulión de A Veiga. Los bombos y azadas no dejaron de sonar. HabÃa muchas ganas, tantas, que las heridas ya se dejaban ver en las manos. Ayer fue su noche, se acostaron tarde, pero ni la lluvia ni el sueño les ha quitado las ganas que tenÃan de Entroido. Eran menos que otros años debido a la pandemia, pero hacÃan el mismo "ruido".
Desde la salida del desfile la lluvia estuvo presente y, al llegar a la Plaza del Toural, decidieron no seguir adelante. Muchos se resguardaron en los bares, mientras otros decidieron irse a comer. En esta ocasión, la Festa da Soá se trasladó a los restaurantes para los visitantes, mientras que la comida del Pabellón, organizada por Mantesil, que normalmente reúne a 600 personas, se redujo a 70, los integrantes del desfile.
Un Entroido de "transición" que se cierra con la mirada ya puesta en el 2023.