Nos adentramos en rincones que solo sus moradores conocen. Descubrimos la riqueza natural y artística. Develamos secretos de una tierra y de sus gentes.Conocemos las aldeas de la comarca de la mano de sus vecinos. Ellos nos compartirán su manera de vida, sus tradiciones, su historia. En Valdeorras, Pueblo a Pueblo, hacemos parada en Vilela, donde el vino se comparte, los bancos hacen pueblo, y las fiestas unen a sus gentes.
Desde la calle Campogrande, en las inmediaciones de la cooperativa vitícola, tomamos el acceso a Vilela. Tras pasar la antigua agrupación escolar, el camino nos conduce bajo la Nacional 120. Una especie de muralla, una fortaleza de asfalto que separó al pueblo de A Rúa, un corte que sus vecinos aún sienten como una herida.
Vilela conserva la memoria de un tiempo en el que la vida era distinta. Hasta hace cincuenta años, la voz de Pilarita recuerda, las calles bullían de comercio, había bares, ultramarinos, la oficina de correos. La gente vivía del vino. Más de setenta cuevas y bodegas se reparten por todo el lugar.
En Os Cairos y O Pacio, las bodegas se esconden bajo las casas. En la zona alta y en el monte, se levantan como edificios aislados. Cada propietario invitaba al que pasaba a un vaso de vino, una lata de sardinas o un trozo de jamón.
Era costumbre en Vilela salir con la jarra en mano, cada día, camino de las bodegas a por vino. Así se marcaba el ritmo cotidiano de este lugar, donde las fiestas también han tejido identidad y memoria. El patrón es el Padre Eterno, pero la gran devoción la concentra San Blas, abogado contra los males de garganta. Ese día, en cada mesa, no falta el cabrito. Desde 2011, además, la asociación de vecinos organiza una comida popular cuyo plato estrella es ya célebre en la comarca: la callada.
El verano trae consigo nuevas celebraciones, como la Virxe do Carme, que llena las calles de música y alegría. Y si uno mira atrás, descubre que la historia de Vilela se remonta siglos atrás. Ya en 1620 aparece mencionada como “villa pequeña”, formando parte de los tres núcleos fuertes junto a San Esteban y Fontei.
De aquel pasado aún resuenan las campanas de sus tres capillas. La de San Paio, en lo alto del monte, donde rezaban quienes cuidaban el ganado. La del Santo Ángel, antiguo patrono. Y la de San Gabriel, en O Pacio, de la que hoy ya no queda nada.
El pueblo se organiza en torno a tres calles principales: Albaida, Anxo y la calle de Arriba, aunque sus vecinos siguen llamándolas como siempre: Abaixo, Arriba y A do Medio. Desde ellas parten pequeños callejones que desembocan en patios compartidos, donde se levantan casas puerta con puerta. En la zona de O Pacio estuvo también el viejo molino, y aún se conserva la caldera de riego que separa Vilela de A Rúa Vella.
Vilela fue, y sigue siendo, lugar de encuentro. En sus patios y calles abundan los bancos donde los vecinos solían sentarse a charlar, a resolver las cosas del día. A aquel espacio de palabra lo llamaban, con humor, “el congreso”. En sus casas señoriales todavía se percibe la opulencia de otros tiempos. Muchas permanecen hoy vacías, pero sus muros aún susurran historias de esplendor y de vida.
Y ahora toca despedirse. Dejamos atrás las calles y las bodegas, las fuentes, los bancos, su historia viva. Nos llevamos el calor de sus gentes y el recuerdo de un pueblo que sabe mantener la memoria entre piedras, patios y fiestas.
Gracias a los vecinos por abrirnos las puertas de Vilela. Nos vemos en la próxima parada de Pueblo a Pueblo.