Perfeccionismo y autoexigencia: motores que impulsan… o frenos que paralizan

Perfeccionismo y autoexigencia: motores que impulsan… o frenos que paralizan
La psicóloga Iria Fernández explica las diferencias entre perfeccionismo y autoexigencia, sus efectos en la salud mental y cómo aprender a gestionarlos para que impulsen en lugar de bloquear

A menudo el perfeccionismo y la autoexigencia se presentan como cualidades positivas, especialmente en un entorno que premia la productividad, el éxito y la imagen. Pero ¿qué ocurre cuando estos rasgos se llevan al extremo

«Normalmente ser perfeccionista o autoexigente se asocia a algo bueno, pero hay matices que los hacen diferentes y es importante diferenciarlos para entender cómo nos afectan», explica la psicóloga Iria Fernández. Ambos rasgos implican una actitud crítica hacia uno mismo y hacia el cumplimiento de estándares muy altos, aunque su raíz y sus efectos pueden ser distintos.

Según Fernández, el perfeccionismo implica «una fijación por alcanzar la perfección en todas las áreas de la vida». No se limita al trabajo: afecta también a la apariencia física, las relaciones personales o incluso la moralidad. «No sirve ser perfeccionista en un ámbito: cuando se es perfeccionista, se es en todo».

La autoexigencia, en cambio, está más ligada a «ponerse expectativas altas para ser competente o capaz, sin que necesariamente haya una obsesión por la perfección». Es, en esencia, un esfuerzo interno por lograr objetivos, aunque también puede volverse perjudicial si no se gestiona bien.

¿Existe un perfeccionismo “bueno”?

La psicóloga distingue dos tipos de perfeccionismo: adaptativo y maladaptativo. El primero «establece estándares altos, pero la persona se siente satisfecha al alcanzarlos», funcionando como un motor de mejora continua. El segundo, mucho más problemático, «consiste en ponernos estándares tan elevados que nunca nos sentimos satisfechos, generando ansiedad, frustración y una sensación constante de no ser suficientes».

Esta insatisfacción, incluso cuando se alcanzan los objetivos, puede derivar en «una búsqueda constante del siguiente logro, sin disfrutar de los anteriores».

En su vertiente positiva, tanto el perfeccionismo como la autoexigencia pueden impulsar a las personas a «lograr metas más altas y desarrollar habilidades». Fernández señala que quienes poseen estas características suelen destacar en campos que requieren precisión y dedicación, como la investigación o la medicina.

Sin embargo, el coste puede ser alto: «La ansiedad y el estrés son consecuencias frecuentes, junto a la baja autoestima, porque la persona vincula su valor a su capacidad de cumplir esos estándares». También aparece la conocida «parálisis por análisis»: pensar tanto en hacer algo perfecto que la acción se bloquea. «Analizas tanto que al final a todo le ves pros y contras y no sabes cuál es la mejor opción», describe Fernández.

El impacto de las redes sociales

La presión no viene solo de dentro. Fernández advierte que en la sociedad actual «se valora mucho el éxito, la productividad y la competitividad», y las redes sociales actúan como amplificadores de esa exigencia: «Mostramos nuestra mejor cara, una versión idealizada de la vida, y eso fomenta la comparación constante».

El resultado es una sensación de insuficiencia que puede ser terreno fértil para la aparición de trastornos como la depresión, la ansiedad, los trastornos alimentarios o incluso comportamientos obsesivo-compulsivos.

No se trata de eliminar estas características, sino de aprender a manejarlas para que no jueguen en nuestra contra. Según Fernández, una de las claves es aprender a cuestionar nuestros propios pensamientos. «Muchas veces nos imponemos estándares irracionales que nunca nos hemos parado a analizar. Preguntarnos, por ejemplo, “¿perfecto para quién?” o “¿cuándo está suficientemente perfecto?” nos puede ayudar a rebajar esa presión».

Aceptar los errores como parte natural de la vida es otra estrategia fundamental. «No alcanzar la perfección no significa fracasar. A veces es más importante hacer algo aunque no quede perfecto que quedarse bloqueado».

La psicóloga también recomienda practicar la autocompasión, es decir, «tratarnos con amabilidad y paciencia, en lugar de ser excesivamente duros con nosotros mismos». Además, establecer metas realistas, dividir los objetivos grandes en pasos más pequeños y celebrar cada avance ayuda a reducir la ansiedad y la frustración.

Por último, Fernández invita a reflexionar sobre el origen de nuestra autoexigencia. «Muchas veces viene de experiencias de la infancia, de la necesidad de validación o de modelos familiares exigentes. Entender de dónde viene nos da más herramientas para gestionarlo».

La importancia del autoconocimiento

En última instancia, Fernández insiste en que «el autoconocimiento es clave». Muchas personas no son conscientes de su grado de perfeccionismo hasta que analizan sus conductas y sus emociones. «La sociedad valora mucho estos rasgos, por eso a veces cuesta verlos como un problema», apunta.

El reto es encontrar el equilibrio: utilizar la autoexigencia y el perfeccionismo como motores de superación, pero sin dejar que se conviertan en fuentes de malestar. Porque, como concluye la psicóloga, «a veces es mejor hacer algo imperfecto que no hacer nada por miedo a fallar».