Vecinos, autoridades y muchas de las personas que hicieron posible el rodaje del corto de Rodrigo Marini, «Dopamina Zero», quisieron acompañar este martes al director barquense durante la primera proyección de su trabajo. El pase técnico, concebido como un encuentro íntimo con el pueblo que acogió la filmación en abril, permitió ver juntos la película y su making of emocional: las razones, las caras y los vínculos que la hicieron posible.

Antes de que comenzara la proyección, el escenario se convirtió en un espacio de reconocimiento. Marini tomó el micrófono para explicar el origen de la historia: la vida de su amigo Patricio Barandiarán, músico diagnosticado de párkinson de inicio temprano con solo 34 años. A partir de esa experiencia escribió una ficción que buscaba algo más que describir síntomas. «Lo que contamos es lo que ocurre debajo de la piel», dijo, subrayando que la película evita recrearse en la parte médica para centrarse en lo humano: la identidad, la pérdida de control y el amor como contrapeso.

Esa búsqueda marcó también el trabajo actoral. Juanjo Ballesta, protagonista del corto, construyó la parte física del personaje con la ayuda directa de Patricio. Marini lo definió como un compañero «que se abrió el pecho» y cuya profesionalidad y entrega guiaron buena parte del proceso. Y entonces ocurrió algo que dio forma a la tarde: no se habló solo de cine, sino de la gente que lo hace posible.

O Barco como motor de rodaje
Antes de dar paso a Ballesta y al productor ejecutivo, el director fue encadenando nombres sin prisa, perfilando la dimensión colectiva del proyecto: Roberto Dobao, responsable de logística y producción; Vanesa y Jorge de Ton y Son, que cedieron su casa; José María Rodríguez, acompañante constante en lo actoral y lo técnico; Antón, que prestó coche, sacó fotos y «hizo de todo»; Julito, desplazado desde Madrid para reforzar la producción.

Mencionó también a sus padres, presentes en la sala, recordando la tenacidad con la que lo criaron y que —según dijo— lo ha acompañado siempre en su oficio. Todo ello componía una misma idea: «Dopamina Zero» es un proyecto levantado desde la comunidad.
Junto a todos ellos, en el patio de butacas se encontraban el alcalde Aurentino Alonso, la concelleira de Cultura Margarida Pizcueta, varios ediles, la pintora Lola Doporto, Araceli Fernández, directora de Bodegas Godeval, y numerosos amigos del cineasta. El ambiente no era de alfombra roja, sino de reconocimiento mutuo: un pueblo viendo el resultado de aquello que ese mismo pueblo ayudó a impulsar.

Hubo tiempo también para el agradecimiento a los patrocinadores del corto, entre ellos las bodegas Godeval, A Coroa y Alan de Val. Marini destacó que tres marcas que compiten en el mercado se unieran para apoyar un proyecto cultural. «El cine es costoso. Solo sale adelante si nos juntamos», afirmó. A este respaldo se sumaron bares, restaurantes y tiendas tanto de O Barco como de A Rúa, además del apoyo logístico de la Policía y Protección Civil.

Gerardo de las Morenas, productor ejecutivo de Claqueta Blanca, fue el encargado de tomar la palabra después y llevó la conversación hacia el proceso industrial. Explicó que el proyecto, inicialmente pensado para rodarse en Madrid, encontró en O Barco su mejor ubicación: «Ha sido un acierto rodarlo aquí. Por el entorno, por la gente, porque todo han sido ayudas». Recordó que su productora trabaja habitualmente cine social y que la propuesta de Marini encajó desde el primer momento. «Ha sido un rodaje agradable, y eso no siempre ocurre», añadió.

Ballesta intervino en último lugar. Agradeció el trato recibido en O Barco, la confianza del director y del productor e hizo una mención especial al esfuerzo que supuso la interpretación: «Ha sido un trabajo duro, de motricidad, de texto y de movimientos». También quiso recordar a Fernando, del bar Hamburgo, que colaboró con el rodaje y falleció recientemente. Cerró su intervención con una frase sencilla, que dijo casi en voz baja: «Me he sentido como en casa desde el primer día». No necesitó añadir más.
Tras las intervenciones, el telón volvió a subir para escuchar al músico Sr. Jingles, autor de la banda sonora. Interpretó en directo los dos temas del corto, creando un clima de silencio atento que funcionó como prólogo al primer visionado. Guitarra, voz y un teatro escuchando.

La proyección, de unos veinte minutos, mostró la dureza del párkinson y el deterioro emocional que provoca en quienes lo padecen. Al terminar, la sala respondió con un aplauso sostenido. No era un cierre solemne, sino el reconocimiento a algo que había nacido allí mismo, meses atrás, entre vecinos, bodegas, comercios, casas cedidas y manos que organizaron cada plano.
Marini pidió entonces subir al escenario al equipo presente, a quienes colaboraron durante la semana de rodaje, a las autoridades y a sus padres. La imagen final fue la de un grupo amplio y diverso unido por una misma razón: esa película que, por primera vez, acababan de ver juntos.



