La Navidad en Sobradelo luce y se cuenta

El recorrido comienza en lo alto del pueblo, en su mirador, donde la Navidad parece haberse detenido a descansar. Bajo la sombra de un gran olivo vestido de luces doradas, cobran vida las decoraciones navideñas hechas en madera por las personas que participan en el obradoiro de jardinería del Concello. Un Papá Noel surca el terreno en su trineo, un tren avanza con sus vagones cargados de ilusión y unos simpáticos muñecos de nieve observa el paisaje, como si también quisiera quedarse un rato más.

Desde allí, bajamos hacia el corazón de Sobradelo. En el parque infantil, la luz se transforma en tradición. Un nacimiento luminoso, realizado en tonos dorados y blancos, recrea la escena completa: la Virgen, San José, el Niño y los Reyes Magos. A su alrededor, las luces blancas dan forma a un cervatillo y envuelven las copas de los árboles, creando un espacio sereno y acogedor, pensado para detenerse y compartir.

Muy cerca, en la zona del centro de salud, la Navidad invita a jugar y a llevarse un recuerdo. Dos muñecos de luz, llenos de color, se convierten en el escenario perfecto para una fotografía navideña. Sus caras, vacías a propósito, permiten asomarse y formar parte de la escena, convirtiendo una simple imagen en un momento para sonreír.

El paseo continúa hasta los jardines de la estación del tren, donde los cervatillos gigantes, bañados en luz dorada, iluminan un conjunto de figuras de madera que representan escenas propias de estas fechas: la matanza, el magosto o los cazadores. Pequeñas estampas de la memoria colectiva que conectan la Navidad con la vida de siempre.

Y como gran novedad este año, Sobradelo amplía su brillo hasta el malecón, en la zona del Puente Nuevo. Allí, las copas de los árboles se visten con tiras de luces doradas, los plataneros se adornan con esferas de luz blanca y tres cervatillos luminosos completan un espacio que invita a pasear sin prisa.

Porque en Sobradelo la Navidad no solo se decora: se vive. Se vive en la luz que guía los pasos, en la madera hecha a mano, en las tradiciones compartidas y en cada rincón que invita a detenerse. Un pueblo que, un año más, convierte el invierno en un lugar cálido al que siempre apetece volver.