
Cuando David Pérez llegó hace unos días a su colmenar en Valdín, parroquia de A Veiga, lo primero que vio fueron los cuadros tirados a varios metros de distancia. Algunos a quince pasos, otros a veinte. La escena hablaba por sí sola: un oso había entrado de nuevo y arrasado varias de sus colmenas. Se comió la miel, las larvas, y dejó las cajas estropeadas. También las huellas, el pelo y los árboles marcados con las garras. Como ya le ocurrió hace justo cuatro años.
«Os técnicos que levan o control dos osos comentáronme que estes animais tenden a volver aos lugares onde xa atacaron. Deixan rastro, sinais ou olores, e regresan tres ou catro anos despois», explica David, que conoce bien los signos del paso del plantígrado, ya que sufrió un ataque similar hace cuatro años.
El ataque llega, además, en el momento más delicado del año para la apicultura. Después de un invierno de cuidados y alimentación, las colmenas estaban fuertes y listas para dividir. Era el tiempo de formar nuevos núcleos, de sacar enjambres y garantizar la continuidad. «Perdeuse todo: as abellas, os núcleos e parte do material», lamenta.
Aunque el oso pardo es una especie protegida y su presencia en Galicia simboliza la recuperación ambiental, para los apicultores como David representa un reto cada vez más difícil de asumir. «Hai que acostumarse a convivir co oso», le dijeron los técnicos. Pero las soluciones no son sencillas ni baratas. Instalar cercas metálicas ou construir unha albariza (estructura de pedra tradicional para protexer colmeares) supón un gasto elevado. «E tamén máis traballo, porque hai que facer un portelo novo, desviarse con peso cada vez que vas ao colmenar… Non é práctico», explica.

Por ahora, lo único que puede hacer es instalar pastores eléctricos y vigilar a diario. «Se volve, tira unhas colmenas e deixa outras para que marchen as abellas. Ao día seguinte, regresa por elas», relata con resignación.
Según le han indicado los agentes que acudieron al lugar, se trata probablemente de un oso macho joven procedente de los Picos de Europa. Cuando las osas entran en celo, estos machos deben alejarse de los más viejos, que pueden llegar a matarlos. «Algúns chegan ata aquí, ata Valdín ou incluso Porto», comenta. El seguimiento de este animal, según le comentaron, comenzó en Palencia y sigue hasta Porto, en la comarca zamorana de Sanabria.
David recuerda que cuando sufrió el primer ataque no existían ayudas específicas. Hoy sí espera acogerse a alguna compensación, pero eso no cubre el desgaste, el tiempo y el trabajo invertido. Mientras tanto, toca recomponer lo que se pueda y cruzar los dedos para que no vuelva.