La mañana en la bodega Joaquín Rebolledo, en A Rúa amaneció con ese silencio luminoso que solo tienen los valles de Valdeorras en invierno. Allí, entre depósitos, barricas y una historia familiar que huele a esfuerzo y a tierra húmeda, conversamos con Catalina Maroto, enóloga y alma técnica de una casa donde —como ella misma dice— la uva se transforma en «historias embotelladas».
La conversación comenzó por donde debía, por un año marcado por el fuego. «Este año los incendios han marcado a todos y especialmente al viñedo», explica. Cuatro hectáreas arrasadas y un miedo nuevo, casi desconocido en Galicia, el smoke taint, ese matiz a humo que en California o Australia ya forma parte del vocabulario enológico. La vendimia se afrontó «con pies de plomo», como si se caminara sobre cristales. Y, sin embargo, la realidad sorprendió para bien: «Después de elaborarlo lo hemos mandado al laboratorio y de momento han salido bien».
La montaña rusa del Godello y la Mencía
Hablar con Catalina es asomarse a un oficio donde la incertidumbre es rutina. «Cada vendimia es distinta; para mí trabajar en bodega es una montaña rusa», cuenta. La Godello, la uva blanca que ha erigido a Valdeorras como una de las grandes zonas del noroeste, exige precisión y lectura fina del año. La Mencía, en cambio, es «una variedad bravía, salvaje, reductiva…», confiesa entre risas y disculpas. Pero ambas le entusiasman: «Si todos fuéramos iguales, sería un puro aburrimiento».
La bodega, que ha visto crecer la popularidad del Godello hasta agotarse cada temporada, mantiene, sin embargo, un principio, trabajar sin mirar a los lados, sin compararse, «sin romper la gallina de los huevos de oro».
Xocas y Trasdairelas: dos parcelas, dos almas
En el corazón de la conversación surge inevitablemente la gama más exclusiva de Joaquín Rebolledo. Finca Trasdairelas, un Godello de parcela asentado sobre suelo pizarroso y orientación sur, con trabajo sobre lías durante ocho meses y dos meses más de crianza en barrica de 500 litros, es para Catalina «magnífico».
Pero en 2023 nació un nuevo miembro de la familia: Xocas, el homenaje íntimo a Joaquín Rebolledo —su diminutivo en gallego—. Xocas 2025 procede de la finca de Freixido: un terreno granítico y arenoso, marco de plantación estrecho, orientación norte y una producción muy limitada de 1.200 botellas. Reposa ocho meses sobre lías en barricas de acacia de 500 litros, con batonajes semanales y posterior afinamiento en botella.
«Lo hemos petado», confiesa Catalina sin ocultar la alegría. La crítica ha respondido con entusiasmo y la demanda supera ya lo disponible. «Esto no es un refresco —dice—. Son las uvas que tengo en esa parcela».
El contraste entre ambos vinos muestra lo que ella defiende como esencia de Valdeorras: el suelo (granito o pizarra), el clima, la altitud y el microclima. Factores que, combinados, otorgan matices decisivos en cualquier variedad.
La gama clásica y los nuevos caminos
Además de sus vinos insignia —Joaquín Rebolledo Godello y Joaquín Rebolledo Mencía— la bodega presume de un Tinto Barrica que este año recibió un Acio de Oro. Es un coupage envejecido en barrica francesa de 300 litros, pensado para un público que busca estructura y elegancia.
A ellos se suma el rosado, una apuesta personal de Catalina que nació como experimento y terminó convertido en éxito: «Muy afrutado, fácil de beber y goloso», ideal tanto para aperitivos como para postres.
La bodega completa su propuesta con los clásicos licores: licor café, licor de hierbas, orujo y crema de orujo, tan tradicionales como necesarios en una sobremesa gallega.
Una mesa de Navidad con Rebolledo en la mesa
Si algo caracteriza a Catalina es su naturalidad. Por eso, al pedirle que imagine una mesa de Navidad, recorre con facilidad cada momento:
Aperitivos: «Un Godello. Ligero, fresco, directo». Mariscos cocidos o más delicados: «Finca Trasdairelas». Mariscos más elaborados, vieiras o preparaciones intensas: «Xocas, sin duda». Carnes blancas o un solomillo Wellington: «Mencía de Valdeorras, perfecta». Cordero o cabrito: «Ahí va de maravilla el Tinto Barrica». Postres: «El rosado. Me es más ligero, redondo, perfecto para cerrar». Su manera de maridar es sencilla: «Un vino es bueno si te gusta. Y el maridaje es igual».
Los premios, el orgullo y lo que no se ve
Cuando habla de los premios del año, Catalina se emociona. «Es como las notas de tus hijos», dice. El bronce en Godello, la plata en Mencía y, finalmente, el Oro para el Tinto Barrica desataron lágrimas y abrazos.
Pero su mensaje más profundo llega al final: «Aquí todo se hace con cariño, con honestidad. Y eso se nota después en la copa». Lleva 25 años trabajando en la casa, rodeada de un equipo que define como «gente sana, honesta, que te hace ser tú misma».
Donde el vino se hace humano
La conversación termina como empezó: entre barricas y afecto. El año ha sido duro, la vendimia exigente, y los proyectos nuevos esperan tiempos más propicios. «Ahora quiero descansar un poco», confiesa con una sonrisa que mezcla agotamiento y satisfacción.
Catalina Maroto trabaja el vino con una combinación precisa de emoción y razón. Quizá por eso, cada botella de Joaquín Rebolledo —ya sea un humilde Godello, un rosado alegre o un Xocas de 1.200 unidades— lleva dentro un hilo de humanidad, de resistencia y de verdad.
Porque en Valdeorras, y especialmente en esta bodega, el vino no solo se bebe, se cuenta.


