En este segundo domingo de ruta, nos adentramos en el tramo que une Sampaio con Correxais, completando así los más de nueve kilómetros que separan Petín de nuestro destino final. Seis kilómetros por delante en los que la belleza del paisaje nos sobrecoge, los aromas del monte nos envuelven como si camináramos por la mejor perfumería, y en cada recodo del camino, un nuevo balcón natural nos regala vistas impresionantes que parecen superarse a cada paso.
Vamos por el segundo domingo de ruta
El aire fresco de la mañana nos acompaña en esta travesía que guía nuestros pasos por estas montañas y valles llenos de vida.

La serpenteante carretera nos conduce a Sampaio, un pueblo dividido en tres barrios. Al llegar al primero, nos desviamos hacia la zona de bodegas, donde un cartel de madera nos recuerda que quedan 4,3 kilómetros hasta Correxais.

Sampaio, perteneciente a la parroquia de Petín, se encuentra abrazado por viñedos que, tras años de abandono, renacen poco a poco. Las numerosas bodegas y los bancales en la ladera son testigos de esta lenta pero esperanzadora recuperación agrícola.

Cruzamos el Regueiro de Carucedo, dejando atrás las bodegas y observando, entre los matojos, las casas de Sampaio que parecen colgar de la ladera. La vista del pueblo, con sus tres barrios perfectamente alineados, queda atrás mientras seguimos descubriendo los secretos de esta tierra.

Poco después, un viñedo restaurado nos llama la atención; una señal de madera reza: "Bodega Catavino". Un rincón que mezcla tradición, esfuerzo y belleza.

Más adelante, dos señales nos hacen dudar del camino. La ruta está bien indicada, pero en esta zona existen dos opciones para alcanzar el regueiro de Olivedo.

Para cruzarlo debemos descender una fuerte pendiente, tan pronunciada que ha sido necesario tallar escalones en la tierra. La subida posterior exige esfuerzo, pero casi en la cima un nuevo cartel nos anima: apenas restan 2,98 kilómetros para llegar a Correxais.

En ese instante, los sentidos despiertan. El aire se llena de un aroma maravilloso, una sinfonía natural donde dominan las retamas —xestas en gallego—, acompañadas por la magarza, el fiollo (hinojo), las rosas silvestres y la silvamadre.

Es una explosión de fragancias que ninguna perfumería podría imitar. Caminamos envueltos en esta nube vegetal, como si la primavera misma nos hubiese preparado una bienvenida.

Más adelante, divisamos la majestuosa chimenea de equilibrio de la central hidroeléctrica de Santiago. Esta estructura se alza como una torre silenciosa sobre el valle, destinada a absorber las variaciones de presión del agua que llega desde la presa de San Fiz. Una obra de ingeniería que, desde lejos, parece un faro moderno en mitad del paisaje.

Flores de mil colores adornan el sendero. Las retamas, en especial, tiñen el entorno de un amarillo intenso. El embalse de San Martíño, recortado en la distancia, parece el riñón azul de este cuerpo montañoso.

Desde la altura, vemos cómo la hilera de casas de A Rúa se extiende hasta donde alcanza la vista. Es un paisaje de aves y viento, de belleza serena y poderosa.

Los sonidos de los pájaros nos acompañan. Seguimos el contorno de las montañas, curvando con el camino, abriendo el paisaje en cada giro como si fuese un libro ilustrado.

A nuestros pies, la presa de Valencia do Sil y las aguas del embalse de Santiago nos invitan a reflexionar sobre la fuerza del río Sil, ese caudal vital que ha nutrido a generaciones.

Tras cruzar el Regueiro de Rescouprín, estamos muy cerca. La vegetación salvaje da paso a prados donde pacen vacas tranquilas.

Las huertas ya lucen las primeras hojas de las patatas recién plantadas, junto a berzas, tomateras y pimientos. Este es un lugar donde la tierra sigue viva, fecunda, cuidadosa y generosa con quienes la cultivan.

Justo antes de entrar en Correxais, una curiosa escena nos sorprende.Tres bañeras, usadas como abrevaderos para las vacas cachenas, forman un peculiar jacuzzi rural.

Un burro asoma curioso mientras pasamos. El pueblo nos recibe con calma, rodeado de bodegas tradicionales y rincones llenos de historia.

Nos desviamos para contemplar la iglesia de San Pedro, joya barroca fundada en 1723. Formó parte de un convento de Trinitarios Descalzos que fue uno de los centros educativos más importantes de Valdeorras.

Aquí se impartían clases de gramática, filosofía y teología. También fue epicentro de revueltas contra los Condes de Rivadavia. Hoy, apenas quedan en pie sus muros, pero sus ruinas aún murmuran fragmentos del pasado.

Desde Correxais, descendemos hacia Vilanova, un barrio perteneciente a esta aldea de Vilamartín. Lo hacemos siguiendo la ruta da Santa Compaña, envueltos en vistas que rozan lo sagrado.

Al llegar al kilómetro 37, la memoria nos lleva a tiempos escolares: aquí estaba la antigua escuela de Correxais, el horno comunal… Hoy, apenas unas casas se sostienen en pie.

Concluimos aquí la etapa, en Vilanova. Nos despedimos del paisaje, pero no sin antes alzar la vista una vez más.

Desde la altura, el Pazo de los Caballeros parece un gran navío anclado en el tiempo, con su torre como chimenea.

A un lado, Vilamartín; al otro, el valle del Sil en O Barco. Fin de la jornada. Continuaremos desde Arnado el próximo domingo.