El alma de la Casa Grande de Portela

José María Bustillo, padre e hijo, propietarios de la Casa Grande de Portela hablan sobre la historia de este espacio y la vida de sus antepasados
José María Bustillo, padre e hijo, propietarios de la Casa Grande de Portela hablan sobre la historia de este espacio y la vida de sus antepasados

En el alma de la Casa Grande de Portela, dos generaciones descendientes del Conde de San Martín de Quiroga, (Manuel Quiroga Vázquez de Quiroga), conversan en el patio central, un espacio donde la historia se siente en cada detalle. Las paredes encaladas, enmarcadas por grandes ventanales acristalados, reflejan la luz natural que inunda el claustro. Bajo la galería superior, las columnas de piedra sostienen un techo que ha sido testigo de siglos de encuentros. En el centro, una fuente de piedra oscura—que en su día fue una pila bautismal—deja caer un hilo constante de agua, añadiendo un susurro sereno a la conversación. Aquí, el tiempo parece fluir a otro ritmo, invitando a la calma y la reflexión.

«Estas casas siempre han sido un centro de participación», comenta José María Bustillo, hijo de Carmen Suárez Quiroga, evocando cómo la vida en torno a la Casa Grande de Viloira —donde nació— y el resto de grandes residencias señoriales gallegas, como la de Portela, ha sido siempre intensa y vibrante. Desde el siglo XVII, la Casa Grande de Portela siempre ha estado vinculada a las familias Quiroga y Losada, tal y como retratan los escudos de piedra originales de esta Casa.

Casa Grande de Portela

Un pasado ligado al trabajo y la comunidad

A su alrededor, al igual que en el resto de construcciones de este tipo, durante generaciones, trabajaron herreros, carpinteros, labradores y artesanos. No era solo una casa, sino el corazón de un sistema de vida autosuficiente, donde el esfuerzo de todos garantizaba el bienestar común. «Era el epicentro de la economía local», explica José María hijo, señalando cómo estas Casas proporcionaban empleo y recursos en un tiempo en que la supervivencia dependía de la colaboración.  

Más allá de su importancia económica, la Casa Grande de Portela ha tenido que ser un punto de encuentro para las familias Losada y Quiroga a lo largo de los siglos. Aquí, la historia no se ha contado con palabras, sino en cada sobremesa compartida, en cada celebración, bajo la luz de los faroles del patio o en las largas tardes de invierno junto a la chimenea. Aún hoy, en cada reunión, la mesa se llena de risas y anécdotas, con hijos, nietos y abuelos, compartiendo el mismo espacio donde tantas generaciones han vivido momentos inolvidables.

 

Pero estas Casas no son solo un hogar, son también un lugar donde la cultura ha echado raíces. En sus estancias se han celebrado debates apasionados sobre literatura, política y sociedad. Algunos aún recuerdan las reuniones que se mantenían en la Casa Grande de Viloira en las que se daban cita grandes escritores, historiadores y pensadores, entre ellos Elena Quiroga de Abarca, la segunda mujer en entrar en la Real Academia Española y su esposo, Dalmirto de la Válgoma Díaz- Varela, secretario general de la Real Academia de la Historia, tíos de los actuales propietarios de la Casa Grande de Portela. 

«Eran reuniones donde la actualidad se discutía con la misma pasión con la que se compartía una copa de vino», recuerdan los Bustillo. Las tertulias eran largas, las estancias acogían a visitantes ilustres y, de alguna manera, la Casa Grande de Viloira se convirtió en un núcleo intelectual clave en la comarca de Valdeorras.

Un rincón que invita a la calma y al descubrimiento

Pero más allá de su historia, la Casa Grande de Portela cautiva por su atmósfera única. Sus techos altos con vigas de castaño, chimeneas de piedra que han resistido siglos de inviernos y ventanales que enmarcan el paisaje de viñedos y montañas, hacen que el visitante sienta que ha viajado a otro tiempo. El claustro, con su fuente central y su luz cambiante a lo largo del día, es el corazón de esta serenidad, un lugar donde cada sonido—el agua, el viento, los pasos sobre el suelo de piedra—tiene un ritmo propio.

Hoy, la familia Bustillo Quiroga ha asumido el reto de preservar este legado, manteniendo la esencia de la casa y compartiéndola con quienes deseen descubrirla. No es solo una cuestión de conservar el edificio, sino de mantener vivo el espíritu de un lugar que ha sido hogar, taller, foro de pensamiento y refugio para tantas generaciones de la estirpe Losada y Quiroga.

Visitar la Casa Grande de Portela es mucho más que admirar un pazo gallego; es sumergirse en un rincón donde la historia sigue viva, donde el tiempo fluye con calma y donde cada piedra parece susurrar un relato del pasado.