Panadería Querol imprescindible en las fiestas de Santiago y Santa Ana

Eduardo de Panadería Querol sacando o pan do forno
Sus productos horneados frescos y deliciosos, elaborados con recetas tradicionales transmitidas de padres a hijos, se han convertido en parte esencial de la fiesta

La Panadería Querol, en Petín, ocupa un lugar especial en el corazón de sus habitantes. Con una tradición que se remonta a generaciones pasadas, esta panadería familiar está presente en la mesa, día a día y es imprescindible en las celebraciones, destacando especialmente en las fiestas patronales.

Sus panes, empanadas, ucheiras o roscones llenos de sabor y esmero, se convierten en el centro de las mesas festivas, compartidos entre amigos y familiares en un ambiente de alegría y camaradería han sido testigo de innumerables momentos de alegría y unión.

Eduardo y Aurora están ahora al frente del negocio familiar que pasó de generación en generación. La panadería fue antes del padre de Eduardo —se llamaba también Eduardo, pero todos lo conocían por Querol— y de su tío Dito. Con ellos trabajaba su madre, Carmen, quien falleció hace unos meses y a quién se le echa de menos en la panadería porque aún bajaba hasta el obrador y era de grata conversación.

Eduardo Díaz se crio entre la tienda de ultramarinos y el horno y entre medias un gran almacén que servía de zona de juegos. Su hermano Lixo y sus primos Amancio y Toño —hijos de Dito— también formaron parte del negocio en su día.

Eduardo pesando la masa en una romana que lleva en el horno desde el comienzo

Mientras Querol se ocupaba principalmente del horno, Dito repartía el pan y despachaba en la tienda junto a Carmen quien se ponía al frente de los dulces, especialmente en estas del Santiago.  Roscones, bicas, brazos de gitano y su singular ucheira se realizaban en batidoras manuales y cada persona hacía su propio «bate», con huevos traídos de sus propias gallinas.

«Era un tempo no que as festas xuntaban ás familias e o forno entre 15 ou 20 mulleres batían cos batedores de man os ovos traídos das pitas da casa para facer os doces.  Eso xa se acabou», lamenta Eduardo.

La jornada de Eduardo comienza muy temprano, a las 5.30 horas a amasar y luego se vuelve a casa para desayunar, mientras fermenta el pan. Luego se «roxa» el horno y sin parar hasta las 14.00 horas en que cierra la puerta del establecimiento. Normalmente hace dos hornadas, la primera que reparte por los pueblos y la segunda se vende en el despacho de la tahona.

Aurora, su mujer, se encarga de hacer las empanadas, pizzas y los dulces. Se puede traer el relleno de la empanada o dejarlo en sus manos. De carne, atún, bacalao, zamburiñas, zorza, todas están buenísimas, aunque la especial es la de vino que la elabora con la receta de la abuela de Edurado, Cleofé y que está para chuparse los dedos.

Aurora amasando los ingredientes de la empanada de vino

No solo se destaca por sus deliciosos productos, sino también por el calor humano y la cercanía que transmiten quienes trabajan en ella. La panadería se ha ganado un lugar especial en los corazones de los petineses, que la ven como un símbolo de la identidad y tradición local.

«Auga, sal, levadura, fariña e repouso e, non hai máis», dice Eduardo de seu pan y los que lo comen aseguran  que está más bueno que el pan.