¿Por qué no podemos ser amigos de nuestros hijos?

Iria Fernández, psicóloga del Centro Resiliencia
Ser padres no es ser amigos. Son dos tipos de relaciones totalmente distintas y, cuando las confundimos, dejamos vacío un lugar que los hijos necesitan

Cada vez puede ser más común ver como padres e hijos forjan una relación de amistad. Iria Fernández, psicóloga del Centro Resiliencia, explica cuáles deben ser los límites a mantener en una relación parental. Ser padres no es ser amigos. Son dos tipos de relaciones totalmente distintas y, cuando las confundimos, dejamos vacío un lugar que los hijos necesitan. 

Ser amigo de alguien es mantener un vínculo afectivo desinteresado. Esa relación se basa en un «sentido de igualdad absoluta» en la que nadie ejerce el control de uno sobre el otro. 

En cambio, ser padre o madre significa amar, educar, proteger, guiar y atender a alguien de menor edad. Todo ello se ejerce desde una posición de autoridad. Esa atención, para que sea válida y enriquecedora, requiere de la aplicación de una serie de reglas y dichas reglas otorgan seguridad al niño. 

«Las madres desean convertirse en la mejor amiga de su hija, esperando con ello ser su mejor confidente», asegura Fernández. Por otra parte, «los padres quieren ser esa figura que se alza como el mejor compañero de juegos». Un buen vínculo entre padres e hijos es más sencillo cuando las dos partes cuentan con estilos de apego seguros.

Si basamos la relación en la amistad, gran parte de esto se diluye. El niño o adolescente nos ve como un «igual», alguien que está en su misma posición, alguien que puede tener las mismas inseguridades y necesidades que él. «Todo ello deriva en apego inseguro, en la contradicción constante», matiza.

A la hora de establecer un vínculo de confianza con nuestros hijos, no todo vale. Existen estrategias que nos permiten mantener las vías de comunicación abierta y una relación cercana sin comprometer nuestra autoridad para marcar determinados límites. La psicóloga propone los siguientes: 

  • Es recomendable establecer un vínculo de calidez, confianza, afecto absoluto y compañerismo, pero sin dejar de establecer límites.
  • Esa confianza establecida con los hijos debe orientarse a impulsar en ellos la responsabilidad, el autoconocimiento y la madurez emocional. Un hijo es una persona que está bajo nuestro cuidado y a quien debemos ayudar a convertirse en alguien maduro e independiente.
  • Siempre es recomendable guardarnos ciertas cosas para nosotros mismos. Un niño no tiene por qué cargar sobre él la ansiedad, los miedos o las inquietudes emocionales de sus padres.

«Amigos pueden encontrar muchos por la calle, pero padres solo con los que nacemos», concluye Iria Fernández.