Pedro Aarón Álvarez: «No es solo estética: es una forma de vida»
La piel de Pedro Aarón Álvarez es un mapa lleno de historia, arte y decisiones meditadas. A sus 32 años, lleva más de catorce dedicados al tatuaje, y no solo como oficio, sino como una forma de entender la vida. No le interesan las modas pasajeras ni los diseños impulsivos: defiende el tatuaje como expresión profunda del yo, algo que debería estar lejos de los impulsos inmediatos y los precios de saldo. Y lo hace con una sensatez que desarma cualquier tópico.
Pedro no cuenta ya sus tatuajes por número, sino como un proyecto común. «Cada uno tiene su historia, pero en conjunto forman parte de lo que soy», explica. Por eso le preocupa cómo ha evolucionado el sector. Asegura que hoy, más que nunca, el tatuaje se ha convertido en un producto más de consumo rápido: «Lo estamos tratando como si fuera ropa de marcas baratas. Se busca lo barato, lo rápido y sin pensar. Y eso es un problema».
Desde su estudio en O Barco, Pedro trabaja con calma, pensando cada trazo. También pinta murales, muchos de ellos visibles en lugares de O Barco como el colegio Julio Gurriarán, la Calle Real o las Casas Baratas, además de pueblos como Casaio (Carballeda de Valdeorras), donde ya suma cuatro intervenciones. Todas distintas, todas con una intención detrás. «El realismo es lo que más me piden, pero intento encontrar siempre un equilibrio entre lo que busca el cliente y lo que yo quiero transmitir como artista», cuenta.
Su última obra en Casaio, por ejemplo, mezcla el arte japonés con una leyenda local, y aunque prefiere no desvelar todavía todos los detalles, sí reconoce que está intentando unificar sus distintas facetas: la ilustración, el tatuaje y la pintura mural. Aun así, no se considera un artista encerrado en su estilo. Todo lo contrario. Pedro observa, aprende y se adapta. Pero no claudica: «Lo más difícil hoy no es dibujar una cara o una serpiente, sino encontrar una forma de representar que no sea una copia más. Que tenga voz propia».
En su discurso no hay dogmas, pero sí una llamada a la reflexión. Ni siquiera cuando habla de su propio aspecto —lleva tatuajes visibles incluso en la cara desde muy joven que reconoce hoy no se haría— cae en la trampa de la pose. «Yo también cometí errores por la edad. Por eso ahora no tatúo a menores. Para tatuarse hay que tener el cuerpo formado y la cabeza, al menos, empezando a hacerlo».
Ahora trabaja también en un ensayo que recoge conversaciones con clientes y su visión crítica sobre el rumbo actual del tatuaje. No busca convencer ni adoctrinar, sino abrir preguntas. «No es un manifiesto. Es una pausa para pensar si este es el camino que queremos seguir».
Y mientras lo escribe, sigue tatuando, sigue pintando y sigue poniendo en valor el respeto por el oficio. Porque para Pedro Aarón Álvarez, todo —la piel, el muro o una hoja en blanco— es un espacio sagrado para contar algo. Siempre que haya algo que contar.
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