Una jubilada de O Barco recupera por orden judicial su piso tras tres años de inquiokupación, destrozos y amenazas

Una jubilada de O Barco recupera por orden judicial su piso tras tres años de inquiokupación y destrozos
La dueña, de 81 años, tardó dos años y medio en recuperar judicialmente su vivienda, convertida en un vertedero tras la marcha de la inquilina

Después de más de tres años de espera y dos años y medio de proceso judicial, una mujer de 81 años, vecina de O Barco, ha recuperado finalmente el piso que tenía alquilado en el centro de la villa. Lo hizo hace quince días, gracias a una orden de desalojo emitida por el juzgado, que le permitió entrar de nuevo en la vivienda, y comprobar con sus propios ojos el estado en que había quedado. «Me quedé sin habla», repite aún con incredulidad.

Lo que un día fue una casa limpia y en perfecto estado se había convertido en una ruina inhabitable: muebles destrozados, orines y excrementos de perro por el suelo, electrodomésticos inservibles y un olor insoportable impregnándolo todo. El piso fue víctima de una de las formas más crueles de inquiokupación: personas que entran legalmente como inquilinas y, tras pagar los primeros meses, dejan de abonar el alquiler y se aferran a la lentitud del sistema judicial para seguir ocupando la vivienda.

«Me dijo que no me iba a pagar ni se iba a ir»

La propietaria, que prefiere mantener el anonimato mientras continúa el proceso judicial, trabajó durante casi cuarenta años en Francia. Con sus ahorros, compró el piso en 1992, cuando se construyó, con la intención de alquilarlo y así completar su pensión. Ella vive en otra vivienda más modesta y había mantenido este inmueble en alquiler desde el primer momento sin problemas… hasta hace tres años.

Entonces, una mujer joven, acompañada de su pareja, se interesó por el piso. Bien vestida, educada, ofrecía confianza. La arrendadora le explicó que no prefería que no hubiera niños ni mascotas, y la joven lo aceptó sin objeciones. Aseguró que no tenía hijos ni animales, lo que convenció a la dueña. Pero mintió: al poco tiempo se supo que vivía allí con dos hijos y un perro.

Pagó tres meses de alquiler… y luego dejó de pagar. Durante meses, la propietaria intentó hablar con ella, buscar una solución amistosa, pero fue imposible. Los encontronazos se sucedieron a lo largo de estos dos años y medio. Incluso en una ocasión, en un encuentro en los juzgados, «me hizo un corte de mangas y me dijo que no me iba a pagar ni se iba a ir», relata. Presentó la denuncia hace dos años y medio. La justicia, finalmente, le dio la razón. Pero el daño ya estaba hecho.

Abandonó el piso y dejó dentro al perro

Cuando el proceso judicial avanzó, la inquilina se marchó del inmueble, pero dejó dentro de la vivienda a su perro. Durante meses, el animal estuvo encerrado en el piso sin salir a pasear ni hacer sus necesidades en la calle. Según contaron los vecinos, era habitual escuchar sus ladridos y lamentos.

La escena con la que se encontró la propietaria lo dice todo. Prácticamente ningún mueble había sobrevivido a la mala fe de la inquilina. Las sillas estaban rotas, los colchones tirados, los somieres desarmados. El termo de agua caliente y la campana, inutilizados. Faltaban enchufes, el cristal de la puerta del salón hecho añicos y el suelo, completamente cubierto de suciedad. Todo ello impregnado de un olor tan intenso que apenas podía respirarse. Las paredes habían sido pintarrajeadas y los muebles, destrozados.

Hasta 30.000 euros para recuperar la vivienda

La mujer calcula que la reparación de los daños puede ascender a entre 25.000 y 30.000 euros. Una cantidad difícil de asumir con su pensión. Durante estos tres años, no solo ha dejado de percibir el alquiler —que le permitía mejorar su calidad de vida—, sino que ha seguido pagando puntualmente los gastos de comunidad y el IBI. Aún no sabe si la inquilina dejó además deudas en los suministros, aunque todo apunta a que sí.

«Hay que empezar de nuevo», lamenta. Y aunque por ahora no tiene fuerzas para volver a alquilar el piso, reconoce que lo necesitará para poder vivir con algo más de desahogo. Trabajó toda su vida para asegurarse una vejez tranquila. Hoy solo le quedan facturas, destrozos y una profunda decepción.