
Habla con pausa, piensa antes de responder y mide bien cada palabra. Ocho años después de asumir la presidencia de AEVA, Araceli Fernández se despide del cargo con la serenidad de quien sabe que ha cumplido. Su discurso es pausado, pero firme; reflexivo, pero apasionado. Se nota que ha aprendido mucho por el camino. Y quizá, también, que ha perdido algo de la ilusión con la que llegó.

La presidenta saliente de la Asociación Empresarial de Valdeorras no abandona del todo: seguirá vinculada a la junta directiva y forma parte de lo que ella llama, con humor y respeto, el «comité de sabios». Pero su papel como rostro visible de la entidad se cierra, y lo hace con un relevo que, asegura, es «refrescante, equilibrado y lleno de energía nueva».
«Estoy relajada», confiesa. «Llega un momento en el que, en cualquier trabajo, tienes que saber cuándo irte. Y cuando representas a tanta gente, terminas también con un cierto agotamiento. He sido la cara, la voz, pero el mérito siempre ha sido del equipo, de la junta y de quienes trabajan día a día, como la gerente».

Durante estos años ha vivido momentos complicados, como la pandemia, pero también ha visto nacer proyectos formativos y colaborativos que han marcado un antes y un después. Su mirada es crítica y realista: reconoce que las dificultades del tejido empresarial se han acentuado y que siguen pendientes muchas asignaturas, como las infraestructuras y la falta de relevo generacional. Pero también defiende, con orgullo, que AEVA ha sido siempre una herramienta útil para trasladar esas dificultades a las instituciones, sin caer en personalismos.
Una mujer que habla con conocimiento y pasión
Hay algo que destaca en su forma de hablar: la claridad. Conoce a fondo los problemas del empresariado local y el valor de las asociaciones. No solo los ha escuchado durante años, los ha vivido desde dentro. Y eso le permite hablar con propiedad sobre lo que viene: la digitalización, la sostenibilidad, el cambio de concepto empresarial que impone la legislación europea. «Va a haber un cambio bestial, y tenemos que estar preparados», advierte.

Pero no todo ha sido gestión. También ha sido un viaje personal. Araceli recuerda que llegó con ilusión, impulsada por un fuerte sentido de la responsabilidad social y por el deseo de aportar a su tierra. «Pensé que trabajar para la asociación era, en el fondo, trabajar también para mi empresa. Siempre he creído que una sociedad es fuerte si sus individuos lo son. No podemos esperar que los demás lo solucionen todo».
Con el tiempo, asegura, ha cambiado la forma de afrontar los retos. Donde antes veía más implicación colectiva, ahora percibe cierto individualismo que le preocupa. Y lo resume con una imagen tan clara como certera: «Antes, si había una piedra en el camino, todos nos uníamos para quitarla. Ahora, muchos dicen que tienen derecho a que no esté. Y si sigue ahí, se quejan». No lo dice con reproche, sino con un punto de tristeza. Como si echara de menos ese espíritu de comunidad que, en su opinión, es clave para construir comarca.

Pese a todo, se queda con lo aprendido. Y con las personas. «He disfrutado trabajando con el equipo. Me gusta ver cómo la gente colabora, cómo aporta ideas. Me gusta cuando se puede debatir sin ofenderse, sin tomarse lo profesional como algo personal».
Agradece especialmente el trabajo de las dos gerentes con las que ha compartido este tiempo —Luisa López, «que tenía el asociacionismo en las venas», y la actual gerente— y recuerda que el liderazgo es también saber reconocer lo que una no sabe. «Si no sabes lo que no sabes, eres un necio».

Una despedida sin adiós
No quiere hacer grandes discursos de cierre. Cuando se le pregunta cómo le gustaría que la recordaran, duda. Se toma su tiempo. Finalmente responde: «Espero que, para muchos, haya sido la voz de lo que querían decir. Nunca se puede contentar a todo el mundo. Pero yo solo he sido el escaparate de todo un trabajo colectivo y de un concepto que siempre ha estado en AEVA».
En su despedida como presidenta no hay ruptura, sino transición. Araceli Fernández seguirá formando parte de la junta directiva y continuará implicada en la vida empresarial de Valdeorras, aportando su experiencia, su conocimiento y esa visión crítica que le permite anticipar lo que viene. Porque, aunque ceda el testigo, no se baja del camino. «Se vive bien en Valdeorras», dice con convicción. Y se nota que piensa seguir trabajando para que cada vez se viva mejor.
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