Alfredo García: «Nunca pregunté a nadie a quien votaba»
Apenas han pasado unos días desde que Alfredo García anunció su renuncia como alcalde de O Barco y ya se le nota distinto. El gesto relajado, la voz sin prisas, la mirada limpia. No es que se haya ido todavía —seguirá al frente del Concello hasta el 18 de agosto, cuando se formalice su renuncia en pleno—, pero algo en él ya ha soltado. Este lunes acudió a los estudios de Onda Cero Valdeorras para hablar, con serenidad y sin poses, de lo que significa despedirse tras más de un cuarto de siglo al frente del municipio.
Sigue con la agenda llena. Aún hay reuniones pendientes —incluida una con el presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, a la que acudirá junto al futuro alcalde, Aurentino Alonso— y decisiones que no pueden esperar. Pero el tono ya es otro. Ya no habla como quien decide, sino como quien prepara el relevo. Con orgullo por lo vivido y responsabilidad hasta el último día.
«Hay que saber salir a tiempo»
García reconoce que llevaba tiempo dándole vueltas. Notaba que la energía empezaba a fallar y también por coherencia. «Siempre defendí que los mandatos deberían tener un límite. Con tres bastarían. Yo estuve siete». Aunque en su entorno le pedían que continuara, sentía que era momento de parar. «El tiempo que me queda lo quiero vivir de otra forma», asegura. Y eso implica dar un paso al lado, pero sin dejar vacío lo que aún requiere continuidad. «No tengo ningún interés en que me velen en el salón de plenos. Prefiero ir al tanatorio como todos», dice entre carcajadas
Por eso, aunque el 18 de agosto dejará de ser alcalde, seguirá unos días más como concejal. Lo hará para que el grupo socialista no pierda la mayoría absoluta hasta que tome posesión la siguiente persona de la lista. Si todo va como está previsto, el 1 de septiembre Aurentino Alonso será investido nuevo alcalde de O Barco.
En este proceso, Alfredo se muestra como siempre: ordenado, práctico, sin dramatismos. No hay golpes de efecto ni despedidas teatrales. Solo una decisión meditada, una transición bien diseñada y una voluntad clara: no estorbar. «No quiero ser un Felipe González ni un Aznar. No quiero mangonear desde detrás. He sido, y eso basta».
Habla con calma y claridad. Con la naturalidad de quien lleva 26 años dando explicaciones a sus vecinos. Pero en esta entrevista ya no hay intención de convencer. Hay otra cosa: perspectiva. «He intentado actuar siempre como un vecino más. Cuando alguien venía con un problema, pensaba: “¿Y si fuera yo? ¿Qué esperaría del alcalde?”». Esa fue su brújula. Nunca le importó a quién votaban quienes se sentaban en su despacho. Si tenían razón, se lo resolvía. Y si no la tenían, se lo explicaba.
Esa forma de hacer —tan sencilla como infrecuente— ha calado. Desde que anunció su marcha, ha recibido cientos de mensajes de afecto. Muchos de ellos de personas que no militan en su partido, ni siquiera le votaron. Pero que sintieron que Alfredo estaba. Que escuchaba. Que respondía. Uno de los mensajes que más le emocionó fue de una trabajadora de la FEGAMP con la que coincidió cuando él fue presidente de la entidad: «Gracias por cruzarte en nuestro camino. Supiste trabajar para los 313 concellos, a pesar del pin en la solapa».
No es que ahora se le humedezcan los ojos. No es su estilo. Pero hay orgullo. Del bueno. Del que nace cuando uno siente que lo ha hecho bien.
El pueblo que cambió
Cuando llegó a la alcaldía en 1999, O Barco atravesaba un momento bajo. «Parecía que otros pueblos avanzaban y nosotros no», recuerda. A partir de ahí, impulsó un cambio que se nota en lo visible —las obras, los espacios, la movilidad—, pero también en lo intangible: en cómo se vive el pueblo hoy.
La reforma del Malecón, los pasos subterráneos bajo la vía, la circunvalación, la reordenación del centro comercial, el nuevo plan urbanístico… Son muchas las actuaciones que han transformado la villa. «Queríamos que O Barco mirara al río, que se pudiera pasear, sentarse, compartir». Y eso se nota. Hoy hay calles con vida, con terrazas, con niños jugando. «Eso antes no pasaba».
García valora también el comercio local, la actividad en la calle, la sensación de que el pueblo «tiene pulso». Y todo lo conseguido lo atribuye al trabajo en equipo. «Mi mayor acierto fue rodearme de gente con ganas. Yo no lo hacía todo, ni quería hacerlo todo. Daba mi opinión, pero dejaba que hicieran. Si no pruebas cosas nuevas, nunca sabes si funcionan». Y aunque destaca el buen hacer de todo el equipo, recuerda con especial cariño a Miguel Neira, el único concejal con el que ha compartido concello a lo largo de estos 26 años.
Lo que no se consiguió
No todo fueron logros. Algunas espinas siguen ahí. Como la A-76, todavía sin ejecutar, o la exclusión de Valdeorras del trazado del AVE. Él y su equipo defendían una conexión por tren de altas prestaciones entre León, Ponferrada, O Barco y Monforte. Más barata, más realista. Pero no fue escuchada.
Ahora, con la supresión de paradas en A Gudiña y otras estaciones intermedias, ve cómo se repite la misma lógica. «Por contentar a unos pocos, castigan a miles. ¿Qué pasa con la gente que iba a Madrid desde aquí? Se va a León. Uno menos. Y así, uno menos cada día». Cree que se está vaciando el rural desde las decisiones, no desde el abandono. Y lo dice claro: «No se puede gobernar para unos pocos matando a los demás».
Ser alcalde no es un trabajo, dice, sino una forma de estar. Una entrega constante. Una manera de vivir que afecta a todo lo demás. Su familia lo ha entendido siempre. «Nos conocimos cuando yo ya era alcalde. Sabía lo que había», comenta sobre su mujer, entre risas. Pero reconoce que hubo muchos planes truncados: fines de semana, viajes, celebraciones que se cambiaban por reuniones, fiestas patronales o imprevistos.
Recuerda que incluso cuando iban de viaje, no desconectaba. Llevaba el teléfono, los temas, la responsabilidad. Por eso ahora quiere vivir diferente. Eso no significa que vaya a parar, a estarse quieto. Estará vinculado al Eixo Atlántico, donde colaborará en proyectos europeos sobre turismo, medio ambiente o despoblación, pero ya sin el peso de la alcaldía.
No habrá, al menos que se sepa de momento, homenaje multitudinario. No lo busca. Pero sí quiere cerrar bien. Por eso sigue trabajando, atando cabos, preparando la transición. Quedan días, pero él ya ha soltado. Lo hace con la tranquilidad de haber estado a la altura. Con la satisfacción de haber sido útil. De haber servido. Y de que, como él mismo dice, «todo se acaba». Pero cuando se ha hecho bien, también queda.
Puedes escuchar aquí la entrevista completa: