Diez años del final de ETA, la banda terrorista que se llevó dos vidas valdeorresas

Luciano Cortizo y María Paz Diéguez, naturales de Valdeorras, finalizaron sus vidas tras toparse con ETA en los mismos años en los que Enrique Ramos, de Carballeda de Valdeorras, vivía en Bilbao

Hoy se cumplen diez años desde que la banda terrorista ETA, Euskadi Ta Askatasuna, anunciara el cese definitivo de su actividad armada, la cual se había alargado durante 43 años. Valdeorras no fue ajena a dicha actividad ya que perdió a dos personas en sendos atentados. Por suerte la comarca no fue escenario de los actos de la banda.

En la tarde del jueves 20 de octubre de 2011, tres días después de la celebración de la Conferencia Internacional de Paz de San Sebastián ​ y apelando a sus conclusiones; la banda anunció el cese definitivo de su actividad armada dejando más de 800 víctimas mortales. Una noticia que paralizaba a todo el país.  

Cada uno guarda ese momento de diferentes maneras. Así, la redactora de este medio, Itziar Marqués que en aquel momento tenía 17 años, asegura recordar el día del anuncio del cese. «La gente lo celebraba. Hasta entonces yo, que vivía en Ponferrada, siempre tenía miedo de que pusieran una bomba allí». También lo recuerda nuestro compañero, Alex Lorenzo quien tenía 15 años «a mí me impactaba mucho cada vez que sucedía un atentado. Recuerdo perfectamente el día de la disolución de la banda. Había visto, un tiempo antes, una serie documental sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco y me dejó huella. Tengo un recuerdo muy vívido de todo eso», señala Alex argumentando que varios de sus amigos «de veraneo» en Valdeorras vivían en el País Vasco. «Recuerdo por ejemplo que el padre de dos amigas era ertxaina y ellas te contaban cómo vivían», asegura.

Años 80: Un valdeorrés en Bilbao

Quien sí lo recuerda es el periodista valdeorres, natural de Bascois —concello de Carballeda de ValdeorrasEnrique Ramos Crespo, quien vivió su niñez y adolescencia en los años 70 y 80 en Bilbao. «Yo crecí con la actividad armada de ETA y me parecía vivir algo normal», detalla destacando que en aquellos años se cruzaron muchos sucesos como la fuerte desindustrialización desde finales de los 70, lo cual generó una frustración y rabia que se acumuló en las calles.

«Es cierto que convivía con cosas que no son normales, pero a mí me lo parecían. Por ejemplo, pasar al lado de una manifestación en la que tú no tenías nada que ver y que un policía te sacudiese o evitar algunas zonas de Bilbao a ciertos días y horas porque sabías que iba a haber autobuses ardiendo», añade «y por supuesto no salir sin documentación de casa, nunca».

No fue hasta tres años después de trabajar fuera del País Vasco cuando percibió lo anómalo de la situación. «A principios de los 90 volví con mi mujer a Bilbao. Ella vio una puerta de un coche mal cerrada y se acercó a empujarla para cerrarla bien. Le pregunté qué hacía porque podía tener una bomba lapa y llevársela por delante. Fue ahí cuando caí en que había desarrollado mecanismos inconscientes de defensa que, en otras zonas, no eran necesarios», admite.

Fue en los años más crudos cuando Enrique estudió en la Universidad de Bilbao, aunque admite que no sintió presión por no poder hablar. «Cuando empecé en la universidad era el año 1984, el momento más convulso. Teníamos huelgas permanentes y en una asamblea me enfrenté al sindicato de estudiantes vinculado a HB, Ikasle Abertzaleak, porque querían monopolizar una huelga que tenía un motivo estudiantil… Me llamaron facha, españolazo…pero nada más», asegura el periodista quien admite que la bandera gallega siempre le acompañaba tanto en su coche como en la carpeta. «La mayor parte de mis amigos eran de extracción abertzale (y siguen siendo las dos cosas, abertzales y amigos míos). Pero también tuve otro amiguete que era de Falange y estuvo amenazado por ETA y me iba de vinos con él por cuatro bares que había detrás del entonces Gobierno Civil que le llamábamos la zona nacional», destaca.

En esta misma línea asegura que no todas las zonas del País Vasco ni ciudades eran iguales. «Hay mucho mito. Esa segregación sí que la había en algunos pueblos. En el Duranguesado en Vizcaya y, sobre todo en el Gohierri guipuzcoano. Quizás esa opresión de no tener libertad la notase más alguien en Elorrio o en Urnieta que en Bilbao o San Sebastián», asevera mientras destaca que él viajó a Belfast, capital de Irlanda del norte, doce años después de los acuerdos de paz de Stormont, con el Ulster ya plenamente pacificado. «Aún hay calles entre los barrios protestante y católico cerradas con unas puertas de acero enormes. Eso nunca lo vi en Bilbao», acentúa mientras si recuerda que en el barrio se conocían las afinidades. «La vecina de arriba de mi casa era activista de Herri Batasuna, HB, pero un vecino que vivió en el primero era confidente de la Policía», rememora.

Dos víctimas de ETA de Valdeorras

Aunque Valdeorras nunca fue escenario de un atentado terrorista sí que dos de sus vecinos fueron víctimas.

La primera fue en el año 1987, en el tristemente famoso atentado de Hipercor ocurrido en Barcelona. Ella era María Paz Diéguez Fernández, ama de casa y natural de San Martiño, en el concello de O Bolo, aunque, en ese momento, habitaba en la ciudad condal.

María Paz Diéguez Fernández

Los terroristas de ETA Domingo Troitiño, Josefa Mercedes Ernaga Esnoz y Rafael Caride Simón — el llamado Comando Barcelona— habían recibido órdenes de atacar empresas de capital francés. Atendiendo a esas directrices, colocaron un artefacto explosivo en el centro comercial Hipercor de Barcelona.

Tras introducir veintisiete kilos de amonal y doscientos litros de líquidos incendiarios, pegamento y escamas de jabón en un vehículo, los terroristas abandonaron el coche bomba en el segundo sótano del aparcamiento de Hipercor. Poco después de las 15.00 horas, el etarra Domingo Troitiño realizó tres llamadas telefónicas: una a la Guardia Urbana de Barcelona, otra al centro comercial y una tercera al diario Avui. El terrorista se identificó como interlocutor de ETA y avisó de la ubicación de la bomba y de que esta estallaría entre las 15.30 y las 15.40 horas. Al no ser encontrado el artefacto se tomó la decisión de no desalojar el edificio argumentando que se trataba de una falsa alarma (en aquella época, según informó La Vanguardia, se recibían una veintena de avisos falsos de bomba, siendo doce ese día). El coche bomba estalló a las 16.08 horas. La explosión se extendió desde el segundo sótano hasta el primero, en el cual estaba la planta de alimentación.

María Paz Diéguez Fernández fue la vigésima primera víctima mortal de dicho atentado. Falleció en el hospital Valle de Hebrón mes y medio después como consecuencia de una infección muy grave y generalizada por todo su cuerpo que culminó con una hemorragia digestiva. Según publicó El País, la víctima, con quemaduras en el 80% de su cuerpo, había sido sometida a una operación de incisión de las quemaduras y de cobertura con injertos de piel de otras partes de su cuerpo. María Paz tenía 57 años, estaba casada y tenía dos hijos. Su funeral y entierro tuvieron lugar el 6 de agosto en su localidad natal, sin presencia de autoridades oficiales por expreso deseo de la familia.

Luciano Cortizo Alonso

Ocho años más tarde, Valdeorras volvía a vestirse de luto tras un atentado sucedido en León y que todavía recuerda la ciudad. Fue un 22 de diciembre de 1995 cuando Luciano Cortizo, comandante del Ejército de Tierra, salió de su casa en coche con su hija Beatriz, de 18 años. Sobre las 13.30 horas, cuando alcanzaron la confluencia de la calle Renueva con la calle Abadía y se detuvieron ante un semáforo en rojo, una bomba lapa adosada a los bajos de su vehículo estalló. La explosión destrozó el cuerpo del comandante, que falleció en el acto, y alcanzó de lleno a Beatriz, que quedó gravemente herida. La banda terrorista ETA reivindicó el atentado. Minutos después de la explosión dos hombres y una mujer salieron huyendo en un Peugeot de color gris con matrícula de Bilbao, circulando a gran velocidad por las calles céntricas de la ciudad, según indicaron varios testigos presenciales.

Especialista en psicotecnia militar y en sistemas de dirección de tiro y localización de objetivos, el comandante Cortizo llevaba veinticuatro años en el Ejército. Estaba destinado en el cuartel de El Ferral de Bernesga, en León. Sergio Polo y Soledad Iparraguirre («Anboto») fueron los acusados por este atentado.

En la actualidad

Lo cierto es que son varias generaciones las que tienen grabadas las imágenes de atentados, los informativos y los vídeos en los que los terroristas encapuchados lanzaban un mensaje. «me daba mal rollo cuando salían con las capuchas en la televisión», recuerda nuestra compañera Itziar de su niñez. Pero lo cierto es que, actualmente, las nuevas generaciones poco conocen de lo sucedido con la banda terrorista ETA. Menores de 25 años que no guardan recuerdos sobre los hechos acaecidos ni han estudiado en profundidad lo sucedido. Ese es el caso de Ariadna Fernández, de 22 años quien destaca que conoce qué era la banda y ha oído a sus padres hablar de ello «pero en sí de atentados de ETA no me acuerdo». Su hermana Dafne, de 13 años señala que sabe quiénes eran pero de manera muy vaga, «más o menos sí; que eran del País Vasco y mataban gente», pero sin una mayor profundización.

En definitiva, diferentes visiones de una etapa de la historia de España que también golpeó Valdeorras y que ahora diez años después del anuncio del fin de la actividad armada permite pasar una página que marcó la historia y las vidas.