jueves. 28.03.2024

El legado de la jefa del Sil

Que ha llegado para quedarse, lo sabíamos desde el principio, desde el día que se escuchó su graznido a lo lejos, en medio de una noche del pasado verano, rompiendo la tranquilidad y el silencio propios del río Sil a su paso por O Barco. Allí estaba ella, haciéndose oír, imponiendo su mando entre los patos, garzas y demás aves residentes de estas aguas.

Niños y mayores disfrutaron durante el tiempo estival del espectáculo de ver a una oca convertida en jefa suprema de toda la fauna del lugar, gobernando con mano de hierro a sus súbditos y marcando un territorio hecho a su medida. Pero entonces llegó el invierno con sus vientos helados, los únicos que consiguieron hacerla callar. Buscó refugio, vivió escondida, en ocasiones contadas se la veía ya. Solo a veces, aprovechando el escaso calor del mediodía, buscaba el alimento lanzado desde la pasarela que une Viloira con el Casco Vello de O Barco.

Oímos que le habían hecho daño. Un perro de raza peligrosa se había ensañado con ella causándole graves heridas. Y dejamos de verla.

Los patos volvieron a su formación de a dos en hilera, de a cinco con descendencia, nadando sin que nadie les marcase el rumbo. Volvieron a sus peleas encarnizadas por la posesión del mayor número de ganchitos, y a la lucha por el sustento que los gorriones, superiores en agilidad y número, consiguen confiscar. Volvieron a la falta de mando, en definitiva, cuando la jefa está ausente y no impone su autoridad.

Todos la esperaban, y finalmente reapareció. Bajo la pasarela volvía a instalarse, y de nuevo le llovían galletas y pan duro desde lo alto. Pero ya no estaba sola. Además del séquito de aves residentes en la zona, que volvía a dirigir con mano de hierro, a su lado se hallaba la prueba de supervivencia más clara y redonda, su descendencia. Un par de huevos, los que ella misma puso entiéndase, uno al lado del otro, en no muy buen lugar dicho sea de paso. Ya se sabe que la pericia de acertar en la puesta, en el sitio idóneo, no es una cualidad a destacar de las aves de corral.

Porque la oca, que un día se adueñó del Sil, abandonó su vida doméstica como perro guardián de una finca en Viloira, y nunca más volvió al redil.

Y ahí la tienen, superando días, ganando soberanía, esperando la eclosión de la vida, hecho que no hará otra cosa que afianzar su gobierno y su herencia, que esperamos venga predicando su ejemplo, y manteniendo su estatus.

Raquel Cruz

El legado de la jefa del Sil