viernes. 29.03.2024

E se chove, que chova

Desde la barra de un bar, un hostelero mira a través de la ventana, cómo cae la lluvia sobre su terraza vacía. Seca sus manos, sacude su ropa empapada, viene de fuera, de plegar y recoger en tiempo récord las sombrillas que hace minutos protegían del sol a sus clientes. Los mismos que han salido corriendo en cuanto las primeras gotas han caído del cielo.

Al tiempo que cambia el paño de mano, maldice el día en que decidió poner una barra de helados; en lo que va de «verano», casi ni se ha estrenado. Su mirada perdida se encuentra con otra, la del quiosquero aburrido, escondido tras el cristal del ventanuco de su negocio, que también observa una estampa más otoñal que veraniega. Ni un niño se ha subido al banquito bajo el mostrador, en lo que va de tarde.

En los asientos de una zapatería, su dependienta descansa con la mirada perdida, fija en la calle que ve desde el interior. Ni un cliente ha asomado la cabeza, ni siquiera para pedir cambio para el ticket de la ORA, como suelen hacer. Desde dentro, solo puede avistar paraguas moviéndose deprisa bajo la intensa lluvia, serpenteando los charcos, esquivando a otros paraguas con los que compartir acera.

Solo al estanco han llegado los que la dependencia ha obligado a bajar a la calle, chubasquero enfundado, para ir a buscar tabaco en una carrera y volver por el mismo camino más rápido si cabe. Y solo al supermercado han llegado aquellos cuyas provisiones flaqueaban, viendo su despensa mermada, y al acecho, el diluvio universal.

Debajo de los sauces llorones del río Sil, hemos visto también a los patos, reunidos fuera del agua, poniendo tierra de por medio a tanto caudal. Unas aguas empeñadas en hacerles emplearse a fondo para no ser arrastrados y tener que nadar contra una potente corriente y contra un verano empeñado en no llegar.

Dice Meteogalicia que más de tres veces lo normal ha llovido el pasado mes, y 12 días que llevamos de julio, que no se quedan atrás.

Los agricultores miran al campo como los hosteleros y comerciantes de Valdeorras miran al vacío de unas calles sin gente, espantada por una lluvia incesante que no conseguimos mandar de vacaciones. Como buenos gallegos que somos, hoy más que nunca, porque es necesario ya, debemos hacer nuestro el slogan, e se chove, que chova. Desafiemos a la lluvia y salgamos a la calle, porque la calle nos necesita.

Raquel Cruz

E se chove, que chova