viernes. 29.03.2024

Avioncitos de papel

Siempre creí en ti, a pesar de la distancia entre nosotros. Eras osado, atrevido, caradura cuando el guión lo exigía; eras travieso y muy listo, demasiado independiente cuando el chupete aún colgaba del imperdible. Eras incansable, impredecible, pero muy noble, único punto, llamémosle débil, para poder doblegarte. Eras fuerte, decidido, muy cabezota y protestón, «caso perdido» llegaron a decir. Yo creía en ti, y el tiempo me dio la razón.

De los cuatro, el más autónomo, el más libre, el más difícil de llevar. Y sin embargo el más casero, el más cercano y cariñoso, el más leal. Sentimientos siempre a flor de piel, difíciles de controlar. Una potente combinación que, en la mayoría de ocasiones, desembocaba en explosión, que aprendimos a respetar. Porque fue tu manera de afrontar un mundo muy hostil para quien lo vive desde el corazón.

Hoy te has convertido en la persona que quisiste ser. Y yo eso, lo sabía. Lo sabía desde aquel temprano momento en el que decidiste quitarte la ropa en plena calle, sin hacerme caso, y correr Plaza Mayor arriba escandalizando a los que salían de misa o tomaban algo en el San Mauro. Lo sabía, desde el mismo momento en que decidiste convertir cada hoja de mi libreta de religión en avioncitos de papel y lanzarlos a la finca de Aurelio B. Trincado hasta dejarla casi de color blanco. Lo sabía, desde que decidiste que mi colección de canicas te estorbaba, desde que decidiste vestir el karategui, los calcetines largos de baloncesto, la camiseta de Bebeto o usar un palo de golf, y ser el mejor hoy y el peor mañana, porque sí, porque así lo decidiste.

En el fondo, tras ese halo de travieso indomable siempre hubo un orden y concierto en tu cabeza, un mundo tejido de experiencias, malas y buenas, tu mundo, al que diste forma a tu manera. Una hermana mayor iba delante para lanzarte a ese mundo que terminaba rindiéndose a tus pies. Desde arriba, observaba. Lo que años había tardado en construir, minutos te bastaban a ti para superarlo, siempre a tu manera.

Hoy te has convertido en la persona que quisiste ser. Hoy, soy yo la que mira desde abajo. La que admira tu fuerza de voluntad, tu trabajo constante, tu actitud ante la vida. Y esa lealtad que te ha acompañado siempre. He sido testigo privilegiado de tu vida, ha sido un regalo. A pesar de los tirachinas o el pegamento en mis muñecas, cuando has compartido un cartón de leche a la luz de la nevera, un pacto maravilloso y eterno de amistad se sella para siempre.

Tu sobrina mayor dice que eres el mejor tío, para mí eres el mejor hermano.

Raquel Cruz.

Avioncitos de papel