jueves. 28.03.2024

Retales de plástico

Si respiro profundo, aún puedo oler ese perfume a nuevo, a hojas sin estrenar. Si agudizo el oído atenta, aún puedo escuchar el sonido del celo rasgando, las tijeras recortando, el forro transparente ajustando, y así, vuelta a empezar. Si cierro los ojos aún veo los nuevos libros del curso, y a mi madre apretando cada letra de aquel dymo amarillo y de rosca infinita, marcando mil veces mi nombre, identificando a la dueña de cada materia a cursar. Si aprieto las manos aun siento el peso de aquella mochila repleta de retos por comenzar.

De pequeña, estaba convencida de que nadie forraba mejor que mi madre, los libros que yo llevaba al colegio. El ritual de forrado, lo hacíamos todos los años encima de una mesa, la de la cocina, claro. Tras la hazaña, mil cachitos de celo pegados en el revés de la manga, delataban una tarde de trabajo y tertulia memorables, de las que nunca olvidaría ni el más mínimo detalle.

Y en esa tertulia, los temores y responsabilidades de un nuevo curso, las reticencias a hacerse mayor a pesar de las ganas por aprender, los miedos por lo que vendrá, las dudas por resolver, las torpezas por cometer, el camino por andar. Y entre los retales del plástico protector de los libros, allí esperaba el bocata a medias por retomar, el consejo materno, y la tranquilidad.

Nunca hubo mejor momento a la mesa. Dejemos que siga ocurriendo, aunque ya no forremos libros, aunque la mantequilla con azúcar ya no sea protagonista de los bocatas de nuestros peques. Brindémosles el momento de preguntar, de temer, de compartir miedos y encontrar las respuestas que los hagan desaparecer.

Raquel Cruz

Retales de plástico