jueves. 28.03.2024

Carnaval de andar por casa

Y por fin llegó el día de ponerse el mejor disfraz. La emoción contenida les hizo saltar de la cama pronto, y casi sin desayunar quisieron ir a quitarse el pijama para ponerse el vestido de princesa, la nariz de payaso, el sombrero de pirata o el antifaz de Ladybug. Los adultos pedíamos calma ante una mañana de lluvia sin fin. Los puzles y libros para colorear, daban paso al escondite y las carreras por el pasillo tras una pelota.

La adrenalina rebosaba y contenerla resultaba complicado llegadas las doce del mediodía. La lluvia continuaba mojando nuestras intenciones de bajar a la calle, y los juguetes parecían multiplicarse en el salón. La tregua se anunciaba con la llegada de la hora de comer, y el bocado se atragantaba con la fatídica noticia: Aplazado o desfile do Martes de Entroido en O Barco. Pánico.

Al trago de anunciar que no había fiesta por causa de la lluvia, se sumaron los inútiles esfuerzos por explicar que tampoco se podía ir al parque, ni conducir la bici con paraguas. Y ante la decepción de los peques, tan difícil de lidiar, los adultos comenzamos “la cruzada de suplir la promesa de diversión frustrada”. Difícil tarea para un Martes de Carnaval, festivo en muchos lugares y para muchos negocios, motivo de descanso para disfrute y diversión.

Hubiésemos cogido el coche, como en otras ocasiones, para acabar sumergidos en la piscina de bolas del Centro Social de Sobradelo o en la del Bar O Pitón de Petín, alternativas de ocio infantil a las que recurrimos en otras ocasiones, por no encontrar otras similares en O Barco. Y es que, dicho sea de paso, las opciones para los más pequeños, cuando el frío y la lluvia no permiten pisar la calle, son muy escasas.

Los planes querían seguir la estela dejada por la fiesta de hinchables y discoteca karaoke programada por el Concello de O Barco el día anterior, a la que se unía también la iniciativa privada de la nueva gerencia del 13/14. Al final, irremediablemente, a todo ello le seguía un martes de encierro domiciliario que obligó a agudizar el ingenio.

Entonces aparecieron las infinitas torres de toboganes, los circuitos de trenecitos montados pieza a pieza, o aquellos más “enxebres” que usan pinzas de la ropa. Y se encendieron los hornos. Y la harina no se derramó más que en la mesa de la cocina, sirvió para endulzar la tarde y entretener las inquietas manitas. Y poco a poco, se apaciguó la desbocada sed de diversión desenfrenada que caracteriza al Carnaval.

Raquel F. Cruz

Carnaval de andar por casa