La evolución nos toca de cerca
Hoy, 12 de febrero, se celebra el Día de Darwin, el hombre que nos enseñó que la vida no es estática, sino un constante cambio, una adaptación a los tiempos, un viaje de supervivencia. Y si hay un sitio donde esa lección se entiende bien, ese es Valdeorras.
Aquí, la evolución no es cosa de fósiles ni de Galápagos. Es la historia de sus gentes, de cómo han sabido ver oportunidades donde otros solo veían dificultades, de cómo han transformado su tierra en un motor económico y cultural sin perder su esencia.
Pensemos, por ejemplo, en la pizarra. Hace más de un siglo, en los montes de Valdeorras, había un tesoro negro oculto bajo la tierra. Un material que nadie usaba más allá de las necesidades locales, pero que un grupo de valdeorreses, con la intuición y la determinación que caracterizan a esta tierra, decidió convertir en su oportunidad. ¿Y qué hicieron? Se lanzaron al mundo. Recorrieron Europa, fueron de país en país, ofreciendo un producto que nadie conocía pero que, con el tiempo, se convirtió en un material imprescindible en la construcción de tejados. No tenían estudios de marketing ni redes sociales, pero sí algo más importante: visión y esfuerzo.
Hoy, la pizarra es el motor económico de la comarca, un referente internacional que ha llevado el nombre de Valdeorras por todo el mundo. Y eso no fue casualidad. Fue evolución.
Pero la historia no acaba ahí. Pensemos en el godello, esa uva que un día se consideró poco rentable porque no se adaptaba bien a los minifundios y al terreno pizarroso. Era difícil de cultivar, requería mucho mimo, y en tiempos de necesidad, lo práctico se impone a lo exquisito. Así que el godello se fue perdiendo, quedando relegado a un papel secundario mientras otras variedades más fáciles de trabajar ocupaban su lugar.
Sin embargo, la evolución es también saber mirar atrás y recuperar lo que vale la pena. Y cuando la economía mejoró, cuando hubo margen para apostar por la calidad y no solo por la cantidad, el godello volvió. No de cualquier manera, sino con fuerza, con técnicas mejoradas y con la ambición de convertirse en uno de los mejores vinos del mundo. Y vaya si lo ha conseguido. Hoy, el godello de Valdeorras es un referente, un vino que lleva el nombre de la comarca a las mesas más exigentes. Otra prueba de que aquí sabemos evolucionar.
Y ahora, el futuro sigue llamando a la puerta, y Valdeorras vuelve a adaptarse. Conscientes de que no se puede depender solo de la pizarra ni del vino, cada vez más voces apuestan por el turismo como una vía de crecimiento. Porque esta tierra tiene todo para atraer visitantes: paisajes espectaculares, una gastronomía que conquista, historia, cultura, rutas de senderismo y, sobre todo, una autenticidad que no se compra ni se fabrica.
Pero aquí es donde la evolución encuentra su mayor obstáculo: la falta de infraestructuras. Porque una especie puede ser fuerte y estar preparada para el cambio, pero si le faltan los medios para moverse, su capacidad de adaptación se reduce. Y eso es lo que pasa aquí. Valdeorras podría atraer más turismo, más inversiones, más vida… pero las comunicaciones siguen siendo una barrera. La conexión con el resto del país no es la mejor, y eso no solo frena el turismo, sino que hace más difícil que la gente joven quiera quedarse.
Y si hablamos de obstáculos, no podemos olvidar otro fundamental: la sanidad. En una evolución sana, la calidad de vida es clave. Pero aquí, la falta de especialistas en el centro médico y en el hospital es una preocupación constante. Porque para que un lugar prospere, hace falta algo más que industria y turismo: hace falta bienestar. Hace falta que la gente tenga la tranquilidad de saber que, si lo necesitan, tendrán una atención médica de calidad sin tener que desplazarse kilómetros y kilómetros.
Así que, en este Día de Darwin, la reflexión está servida. La evolución no es solo una teoría científica. Es la historia de Valdeorras. La historia de cómo ha sabido adaptarse, reinventarse y crecer contra todo pronóstico. Y también la historia de los retos que quedan por superar.
Porque si algo nos enseñó Darwin es que la evolución no se detiene. Y si Valdeorras ha sido capaz de convertir la pizarra en oro negro, de rescatar una uva olvidada y llevarla a la cima, y de abrirse camino en un mundo que cambia a toda velocidad, ¿qué no podrá hacer si se le da la oportunidad de seguir avanzando?
Feliz Día de Darwin. Y feliz evolución.