Un canto irland
Existen noticias que recibes y son tan inesperadas como increíbles. En cambio, hay otras que las ves venir desde hace un tiempo, o las presientes cercanas. Y para esto, no hay que tener dotes de adivino ni nada por el estilo.
Hoy, después de comer y tras tener a esa dosis de cafeína adherida en el paladar y que te devuelve otra vez al terreno de juego de la vida, me enteré del fallecimiento de Shane Macgowan; líder y vocalista del conjunto irlandés The Pogues.
Reconozco que, en ese cuarto que dedico a mi obituario musical, cada vez son más los artistas que me han hecho disfrutar de la vida –porque no entiendo de una existencia sin música, aunque sea de fondo–. Con los que me he reído, he llorado e incluso he reflexionado.
Siempre he mantenido la opinión que, el archivo musical de la banda de Shane, guardaba una estrecha conexión gallega. Ya sea por el componente extra de la emigración –que se filtra sin duda en su obra–, en semblanzas climáticas, o por similitudes sonoras que se chocaban las manos llegados a un determinado punto de unión.
No creo en la reencarnación, pero si se diese el caso de que existiera esa opción –lo mismo sería obligatoria, como los impuestos eh–, apuesto a que Shane podría volver perfectamente al mundo de los vivos como un galego más. Mi amigo Alberte Montes (actor, autor, guionista, locutor…), bautizó uno de sus monólogos con el título de “Galego pode selo calquera”, pero ¡ojo! Ninguno de nosotros podríamos ser Shane Macgowan.
Recomendaría encarecidamente, a los que no hayan profundizado en su vida, obra y milagros –que haya llegado a los 65 ya lo ha sido–, que visionen el documental del director Julián Temple “Crock of Gold. Bebiendo con Shane McGowan”, que además, obtuvo el Premio especial del Jurado en el Festival de Cine de San Sebastián en la edición de 2020.
Sin duda, la música une, y en mi caso, recuerdo como la primera vez que visité la sala de máquinas de Ruxe Ruxe, en Arins, allá por 2003… además de disfrutar in situ de lo que días después sería uno de sus conciertos, y antes de partir hacia las Terras de Trives a las cuatro de la madrugada con el cansancio guardado en el cajón del “Ya habrá tiempo de dormir mañana”, acabé charlando con el siempre comunicador y afable Vituco Ruxe sobre Os Pogues, y lo que ansiaba verlos en breve. Y hoy, tras ver su publicación en Instagram… sé que también a él, se le ha tropezado el pulso musical al enterarse del fallecimiento del músico y poeta irlandés.
Apostaría, a que, incluso la persona que afirme rotundamente que desconoce toda o gran parte del cancionero de la banda; sin ser consciente de ello, ha bailado con la corbata apretada en la frente y el vaso del cubata con los dos hielos saltando su tema más conocido por estos lares: “Fiesta”, que para nada es el mejor ni el representativo, pero… eso, es de ellos y lo hemos hecho nuestro en más de una boda o celebración.
Y aquí, hago un punto y aparte. Y es que hay canciones que te acompañan toda la vida, como he intentado expresar antes, pero hay otras que además de rozar la perfección, concentran tantas emociones distintas y sentimientos dispares en sus partes que se ganan por derecho propio el nombramiento popular de “La Canción Perfecta”, que así es como definió el gran Nick Cave a “Fairytale of New York”. Bueno, no, el artista australiano, fue más allá si cabe, ya que dijo de ella que era: la mejor canción de todos los tiempos.
Yo, seguiré fiel a mis costumbres. Y esta Navidad –aunque se puede escuchar en cualquier época del año–, me esconderé en ese socavón al que voluntariamente me precipito para aislarme del mundo por unos minutos, y dejaré que, los compases del villancico más irreverente y bello jamás escrito acunen a mi sinestésica patología musical.
Añadir que, en algunas emisoras, todavía se emite con los pitidos a modo de censura en una de sus partes. Así que, dejad que sus estrofas creen en vuestro interior un amalgama de recuerdos, experiencias, seres queridos –los que están y los que no– y una buena colección de sonrisas y lágrimas envasadas al vacío a modo de diapositivas mentales, en esos escasos cuatro minutos en los que “Fairytale of NY” se permite la licencia de hurgar en nuestras emociones, por muy escondidas que éstas se encuentren a veces.
Hoy quizá, al ver el extracto de “Fairytale Of New York” de la actuación de The Pogues en el Olympia de Paris (2012) , cantada en aquella ocasión al alimón con Ella Finer (no olvidemos que Jem Finer es el co-autor de esta joya), no he visto a un “machacado” Shane Mcgowan, sino a un artista defendiendo cual pirata su tesoro más preciado: sus canciones.
Sit Tibi Terra Levis.