Empatía repartida

El escritor Juan Álvarez López «El Letrastero» reflexiona este mes, en la colaboración mensual de Somos Comarca, sobre la «valentía» que conceden las redes sociales y el no ponerse en el lugar del otro

            Lo dijo hace años un amigo, entre esas reuniones de: no sé si arreglaremos el mundo, pero por lo menos nos desahogamos y nos resistimos a ahogarnos en un vaso de agua o jarra de cerveza (al gusto).

            Últimamente, he observado con gran preocupación y… no sé cómo definirlo, de verdad, como nos lanzamos hacia el prójimo a debatir, discutir, reprochar, abroncar, etcétera…  en las redes sociales sin ninguna mesura. En ciertos casos, desconociendo por completo la situación de la otra persona.

            Y esto, a lo que me refiero, es porque cuando leo alguna noticia acerca de un desahucio, o alguien que malvive al raso –nadie vive bien en la calle, se diga lo que se diga–, no puedo evitar leer también los comentarios. Y… asusta, sí, hasta horroriza releer alguno de ellos con el fin de corroborar que sí… que se acaba de quedar a gusto con su opinión. ¿Por qué? Pue simplemente, porque te das cuenta de lo mucho que les cuesta a más de los que creemos, ponerse en el lugar de los otros.

            No se trata de lanzar moralinas baratas de solidaridad por mi parte, no. Sino que, sigo sin entender con qué facilidad se aplica en ocasiones el: “Pues si estás así, es porque quieres… haberlo hecho mejor con tu vida”.

            Cuando leo alguno de esos artículos o reportajes sobre esas «personas», que por la razón que sea lo están pasando mal –no entremos en juicios, porque a ver quién es el listo que no comete errores nunca a lo largo de su existencia–, no puedo evitar pensar en lo que tiene que ser que, además de exponer tu situación, te conviertas en presa del escarnio cruel de mucha gente que ya me gustaría verlos… de puertas para dentro, en sus vidas. Y ser testigo real de qué tipo de vidas disfrutan, o no tanto. Igual son más pobres de lo que ellos piensan.

            Siento rabia. Pero rabia positiva, no como esos “humanos” que sueltan sus sentencias con la “valentía” que las redes sociales conceden, ante gente que simplemente se encuentra exponiendo su caso, su mala fortuna, su desdicha, etcétera.

            Nadie debería criticar tanto la vida de los demás. Al contrario, ojalá se hiciese más hincapié en confraternizar entre nosotros. ¡Pero ojo! Que lo dice uno que cada vez conserva más menguada su máxima de: “La gran mayoría de la humanidad es buena”.

            Sí. Mal que me pese, la percepción de positivismo que equilibra la balanza al respecto, recibe tantos palos a cada parpadeo y lectura o comentario ajeno, que…  enajeno yo mismo a mi propio pensamiento, llevándomelo al rincón de mi mente en el que se encuentra más seguro.

Mientras tanto, malvendo cada día en el mercado negro de la imaginación a mi neurona más introspectiva. Ella, es la que motiva a todas horas a esa latente rebeldía, nacida también de un acto reflejo de ciega insensatez.

            Y en el debate reflexivo al que me abandono cada noche antes de pedalear sin descanso por el Tour de Morfeo, es la conciencia, con una gravedad fónica al estilo Leonard Cohen, la que da por sentenciada la cuestión: hay tanta carencia de empatía como excedente de odio. Duérmete niño… duérmete ya.

            Por eso, a ver si es verdad que mejoramos en este 2024. Pero no tan solo a nivel personal o familiar, no, sino como sociedad, en conjunto. Pero claro, eso será si nos dejan y queremos.

Los conflictos bélicos… parece que no van a detenerse, ojalá me equivoque, pero a Ucrania y a la franja de Gaza me remito, por ejemplo. Las desigualdades, las injusticias, los abusos, las corrupciones, etc… me da, que van a seguir arañando lo que puedan; ajustándose el garfio con el cual cortan a los tallos sanos y contabilizan beneficios; dando así, sus frutos envenenados, producto de esa mala praxis con la que muchos riegan el jardín de los horrores a base de su propia saliva.

            Este año, como tantos otros, no vamos a tener las fiestas en paz. Y está más que probado que, la humanidad sigue tropezando reiterativamente con la misma piedra a calendario finiquitado.

La pena de Penafolenche iluminada por las luces de Navidad

Ojalá nos ayudemos mutuamente, ofreciéndole el impulso y la fuerza que no flaquea al que se quede atrás, y no el empujón o codazo que lo aparte a la cuneta. Que bastantes baches tiene el camino, como para que opositemos al puesto de zancadilladores mayores del Reino.

            Nosotros, sí, los mismos, también somos muchas veces unos refugiados por mucho que nos creamos que no. Lo somos de la realidad y en estas fechas puede que más. (Modo reproche en On).  

Feliz y mejor año 2024 para todo el mundo.

Dende o alto da Pena Folenche: Saúde e Paz.          

“O único bo que teñen as fronteiras, son os pasos clandestinos”

(Manuel Rivas – O Lapis Do Carpinteiro)