Isabel: un siglo de vida arropada por los suyos

Cien años de historias y recuerdos familiares, celebrados entre abrazos, risas y la memoria viva de generaciones que mantienen viva la esencia de Isabel

Cumplir cien años no es algo que suceda todos los días. Pero Isabel, la segunda de cinco hermanos nacida en el barrio de Pacios en Rubiá, lo celebró rodeada de lo más valioso: su familia. Sus hijos, nietos, bisnietos, sobrinos y hasta su hermano pequeño, Jacinto, de 95 años, quisieron estar a su lado en una jornada que fue mucho más que un cumpleaños: fue un encuentro de raíces, memorias y afectos.

Su biznieto, quien se parece increíblemente a ella la hizo reir y activarse

Isabel estaba nerviosa y emocionada, pero poco a poco, entre sonrisas y anécdotas fue entrando en confianza. Recordó su niñez entre pinos, cuando en medio de la posguerra jugaba feliz: «xogabamos no piñeiro e á merenda comíamos de todo». Y evocó a su padre, Ramón, aquel arriero que recorría las montañas con sus tres machos: «O meu pai era arrieiro da montaña con tres machos. Leváballes de todo a aqueles pueblos que non producían nada e traía outras cousas».

Un poco contrariada al principio y siempre arropada por los suyos

Jacinto, siempre atento a completar la memoria de su hermana, añadía: «El iba a Oencia, Cabarcos, Castropetre, Arnado, Xestoso, Lusío e Villarubín… todo eso na provincia de León». Entre ambos iban tejiendo los recuerdos de un padre incansable, que volvía cargado de mercancías para abastecer a todo O Barco, y de una madre, Remedios, que pese a su salud frágil sacó adelante a cinco hijos antes de morir demasiado joven.

Jacinto atento a su hermana  que al final rio y contó

Una familia de cinco ramas

De aquel matrimonio nacieron Ramón, Isabel, Alfonso, Guillerma y Jacinto. Ramón, el mayor, falleció con más de noventa años y dejó cuatro hijos. Alfonso, bombero en Vigo, tuvo dos. Guillerma emigró a Alemania y volvió con una hija. Jacinto, el benjamín, suma dos hijos más. Y en medio está Isabel, la homenajeada, que formó con Pepe —“el del sindicato”, muy querido en Rubiá y juez de paz como ya lo había sido su padre— una familia de cinco hijos: Luis, Pepito (maestro en Vilanova de Arousa), Pili, Maruchi y Pedro.

La voz de Maruchi nos ayuda a comprender el corazón de esta familia. Cuenta con orgullo: «Mis abuelos eran Ramón y Remedios. El abuelo fue siempre arriero y la abuela, enfermiza, murió joven. Pero de ellos quedó esta familia que hoy ves aquí: hijos, nietos y bisnietos que seguimos turnándonos para cuidar de mi madre, porque ella siempre nos cuidó primero».

El árbol sigue creciendo: Isabel tiene seis nietos y tres bisnietos. Daniel, con su hijo Mario en Gijón; Carlos, con los pequeños Mauro y Julia, que correteaban durante la fiesta; y los demás, que entre abrazos y fotos llenaban de vida la celebración.

«Esta reunión familiar la llevamos organizando desde hace un año… queríamos que no faltase nadie, y hoy están todos, todos», explicaba emocionada Maruchi. Y así fue: de Vigo, de Madrid, de Arousa, de Asturias… todos regresaron para estar junto a Isabel.

Sus hijos y su hermano jacinto la acompañaron epresidiendo la mesa

La esencia de Isabel

Isabel aún conserva algunos de sus pequeños rituales, como preparar licor café con hierbas de su propia mano. Dice que el secreto está en dejar que el tiempo haga lo suyo. Y quizá esa sea también la metáfora de su vida: un siglo entero macerando recuerdos, enseñanzas y amor familiar.

Durante la celebración, entre velas, canciones y una mesa que parecía interminable, Isabel regaló la imagen más bonita: su sonrisa limpia, la de alguien que ha visto pasar la historia sin dejar que la dureza de los años borrase la ternura de su alma.

La comida fue mucho más que un banquete. Fue una reivindicación de la memoria, de los lazos que unen a varias generaciones y de la fuerza de una mujer que sigue siendo el centro de todos. Isabel, que en ocasiones se muestra cansada o confundida, encontró ese día el brillo en los ojos, la sonrisa limpia que habla de una vida bien vivida.

Al final lo paso «pipa»

Lo más valioso no fue el número redondo de los cien años, sino la certeza de que Isabel nunca estuvo sola. Su vida, como un río, se ha ido ensanchando con cada nueva generación. Y en ese cauce hoy navegan hijos, nietos y bisnietos, agradecidos de tener todavía a su lado a quien es, sin duda, el corazón de la familia.

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