El Miserere que entona el alma de un pueblo
En la comarca de Valdeorras, la caída de la noche del Viernes Santo es especial. El momento de recogimiento de la jornada llega a su éxtasis en varias localidades de las orillas del Sil, como lo hace en Petín cuando todo el pueblo acompaña a la Soledad, a esa madre dolorosa que ve a su hijo ajusticiado, “con sus heridas fuisteis curados”, dice Pedro en sus epístolas. (1 Pe 2,24).
A las 22.00 de esta noche, las calles de Petín se llenarán de fervor portando a la imagen de la Dolorosa y un Cristo de procedencia barroca. El silencio se adueña de la localidad, solo roto por el Miserere cantado por un coro de hombres mientras la iluminación de las calles es tenue y el sobrecogimiento patente. Una tradición que cuenta ya con 125 años de historia, tal y como relata el periodista experto en arte, Jesús Manuel García.
Esta forma de conmemorar el Viernes Santo se exportó, por parte de los petineses, del Santuario de las Ermitas y desde el siglo XX se ha realizado año tras año. Una tradición a la que se suma la de una familia del barrio de la Carreira que ilumina las escaleras de su domicilio con caracoles al paso de la procesión. “Utilizan el caparazón para hacer unas lamparillas de aceite y las colocan en los hierros de la barandilla y en otros elementos de la fachada de la casa”, ha explicado García.
Así, Petín crea un ambiente especial en esta celebración a la que acuden personas de toda la comarca. “Es una procesión que hay que vivirla, es especial y única en la zona”.
Los hombres que cantan en latín el Miserere ensayan durante la semana, en especial el Jueves Santo para coordinar sus voces. “En algunos momentos suena de manera especial. Uno de los más solemnes es cuando está arrancando la procesión a los pies de la iglesia. Queda vacía y los cantores quedan a los pies de la nave y hace de caja de resonancia. Es un momento en el que se “arrepian os corpos”, concluye García.