Un paseo entre viñedos: la esencia de Valdeorras en seis kilómetros
El día amanece gris en A Rúa, pero no desanima a la veintena de personas que, frente a la bodega Melillas, esperamos para iniciar un recorrido que, como descubriremos, condensa en seis kilómetros toda la riqueza de Valdeorras. El paseo, organizado por la Ruta del Vino de Valdeorras, promete viñedos, naturaleza y tradiciones, hiladas como los surcos de una vid.
Comenzamos atravesando las calles del pueblo, donde las viñas conviven con casas de piedra y pequeñas huertas. El paisaje despliega sus colores: los verdes oscuros de los montes pizarrosos, los ocres y marrones del otoño, y los rojos y dorados de las uvas garnacha, mencía y godello.
El suelo de cemento pronto se convierte en un camino de tierra, flanqueado por viñedos que suben escalonados, adaptándose al relieve. Las parcelas, perfectamente delineadas, ganan terreno a la montaña y crean un mosaico de colores y texturas. Mientras avanzamos, helechos y zarzamoras bordean el sendero, invadiendo el terreno de algunas vides. Algunas cepas aún conservan uvas secas, un recordatorio de que no toda cosecha llega a la bodega.
En el camino se mezclan vides centenarias con terrenos donde sobresalen hierros que marcarán el inicio de nuevas plantaciones. El vino de Valdeorras es cada vez más apreciado y hay que aumentar la producción para llegar a más consumidores.
Subimos hasta alcanzar los 600 metros, dejando atrás las vides. El paisaje cambia radicalmente: pinos y eucaliptos toman el relevo, y el sendero, salpicado de pizarra, cuenta otra historia de esta tierra. Entre las hojas secas, que al pisarlas resuenan con un "crish-crash", encontramos setas. Algunos se agachan para identificarlas o tomar fotografías, encantados con este inesperado regalo.
El paseo nos lleva entre castaños centenarios, cuyos erizos cubren el suelo. El fruto este año es pequeño, comentan algunos del grupo. Un arroyo aparece y desaparece entre las piedras, y llegamos a un molino de agua, medio derruido, que invita a imaginar la vida de quienes lo utilizaron.
La lluvia, que empezó a caer hace un rato, ya arrecia cuando alcanzamos As Pinguelas, un conjunto de antiguas bodegas centenarias excavadas en la roca, conocidas en Valdeorras como "covas". Estas estructuras, únicas en Galicia, fueron diseñadas para aprovechar las condiciones naturales de temperatura y humedad, ideales para la elaboración y conservación del vino.
Según explican, su nombre podría derivar del verbo gallego "pingar", que significa gotear, quizá por la humedad característica del entorno. Hoy, estas cuevas son patrimonio cultural y testimonio vivo de la tradición vitivinícola de Valdeorras. Frente a As Pinguelas, una pequeña presa retiene el agua, formando una cascada que aporta un sonido sereno y conecta este rincón con la naturaleza que lo rodea.
De vuelta a la bodega Melillas, la gerente, Sonia, nos recibe con la calidez propia de quien ama lo que hace. Lo primero que nos explica es el origen del nombre de esta bodega familiar, Melillas e fillos, algo tan simple como el mote que le pusieron a su padre cuando volvió de hacer la mili en Melilla. Nos habla de la historia de su familia y del esfuerzo que siempre ha acompañado el trabajo en las viñas.
Explica cómo los minifundios, típicos en Galicia, complican el trabajo en las viñas. Ellos tienen 20 parcelas dispersas por toda la zona, lo que exige un esfuerzo enorme para mantenerlas y vendimiarlas. Aun así, el resultado vale la pena.
La bodega, más que un lugar de trabajo, parece un museo. Entre barricas y depósitos modernos, encontramos sulfatadoras antiguas, herramientas de labranza y recuerdos personales que narran la historia de la familia. Sonia nos habla de sus vinos, Lagar do Cigur, cuyo nombre hace referencia a los primeros pobladores de la zona.
No puede evitar emocionarse al enseñarnos el vino que su hermano y ella crearon en honor a su madre ya fallecida, el Mary Ginzo, elaborado con garnacha tintorera y premiado en 2020 como mejor vino del mundo. Años después también crearon otro con el nombre de su padre.
Después de las explicaciones, nos adentramos en la antigua cueva de vinificación, excavada en tierra y la más alta de la zona, con cerca de tres metros. Sonia explica cómo se utilizaba en tiempos pasados, con espacios para las cubas y una chimenea para garantizar la ventilación.
El momento más esperado llega con la cata. Sobre la mesa, embutidos, empanada y vinos que reflejan Valdeorras: primero el godello, fresco y ligero; después el mencía, más profundo. Mientras degustamos, Sonia nos habla de su estancia en Suiza y de cómo vivían allí su tierra, tocando la gaita y bailando en un grupo folclórico.
El paseo termina con conversaciones animadas. Las historias de quienes vienen de fuera se mezclan con las de los locales, y entre risas y copas de vino, todos coincidimos: en seis kilómetros, hemos recorrido la esencia de Valdeorras. Vides, pizarra, castaños, setas y tradición, un retrato perfecto de una tierra que no deja de sorprender.